Cómo convivir y no morir en el intento

Publicado el 11 octubre 2017 por Caterina

Llegar a casa i desear que no haya nadie, es ya una mala y avanzada señal que indica que las cosas no van bien.

Hacía ya muchos años, 10 para ser exactos, que no compartía piso y ya me había hecho a la idea de que éso no volvería a ocurrir. Las cosas cambian y, hace ya 4 años, me tocó colgar mis “hábitos” y adaptarme a los hábitos de los demás.

Os adelanto que, como muchos ya sabréis, no es nada fácil. La convivencia es delicada e implica mostrar a tus compañeros partes de ti y momentos del día que no estamos acostumbrados, y muchas veces dispuestos, a compartir. Pero es inevitable y en algún instante, tus compañeros pasan a formar parte de ti, de tu vida.

Por mi parte, se ha hecho difícil compaginar mi vida personal con extraños pero, con el tiempo, y con los compañeros con los que más tiempo he podido compartir, les he ido (de alguna forma) pillando cariño y confundiendo términos como los de amigos, compañeros e inquilinos. Tres en uno: difícil mezcla.

De estos cuatro años me llevo, eso sí, mil aventuras. He compartido piso con chicas Erasmus que me han hecho recordar mis tiempos estudiando en Alemania. He convivido con catalanes, vascos, alemanes y mallorquines. También he convivido con amigos. De cada uno de ellos ha quedado algo en esta casa. Mi casa.

Han habido también días, semanas y meses malos. Debida a la confusión comentada anteriormente, al sentirme más unida a mis compañeros he tendido a exigirles más y esperar más de ellos. Y es que ya me lo habían dicho: “No esperes nada de nadie y nunca te decepcionaran”. Groso error el mío por ignorar esta gran frase.

Y es que el verbo compartir, en mi caso, abarca escasos derechos pero sí muchas obligaciones. Es mi casa la que comparto, mi sofá, mi tele, mis tazas, mis libros, toda mi vida está dentro de esta casa y los compañeros que vienen de paso no se dan cuenta de lo que supone compartir eso. Evidentemente, me retribuyen por poder hacer uso de mi propiedad pero no me aportan mucho más. Y eso es lo triste. No conocen el win- win o simplemente no les interesa.

Tengo la suerte de, al ser yo la casera, poder elegir con quién vivo pero, hasta el momento, me faltaba saber con quién quería vivir. Bien, aun no me queda claro con quién quiero vivir pero sí con quién no puedo hacerlo. Y a partir de ahora, quien comparta conmigo deberá tener algunas capacidades más allá de realizar una transferencia. Deberá enriquecer mi piso y, por tanto, mi vida.

Es duro ver como alguien usa mi mantita de sofá, con un estampado de los Beatles, que me hizo y regaló mi madre. Compartirla no me molesta pero sí me ofende que no entiendan el valor que tiene para mí. A veces me he llegado a sentir una extraña en mi propia casa y no pienso volver a permitir eso.

Empieza una nueva etapa y esta vez la emprendo sola. Me independizo. Ahora me quedo sola conmigo misma.

Imagen: ruurmo


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