EncontréSánchez, la última novela de Esther García Llovet (Málaga, 1963) en la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión de Recoletos, a pesar de ser una novedad literaria. Justo ese mismo día había leído una reseña muy elogiosa sobre ella y me apeteció leerla. Me gustó mucho Sánchez, me pareció una novela corta muy redonda, muy tensa, madura y bien construida. El mismo día que la acabé, me pasé por la biblioteca de Pueblo Nuevo y además de El monarca de las sombras de Javier Cercas saqué Cómo dejar de escribir, que García Llovet había publicado dos años antes en la editorial Anagrama. Hasta ahora, García Llovet había publicado en diversas editoriales (Lengua de Trapo, Salto de Página, Ediciones del Viento y Malpaso) y sólo ha repetido editorial con Anagrama, si no me equivoco. Era una autora de la que había leído, hasta estos dos libros de Anagrama, solamente un cuento en una antología (que creo que pertenecía al volumen Submáquina), un cuento que me había gustado y que me había hecho pensar que, más tarde o más pronto, me acercaría a sus libros.
El narrador de Cómo dejar de escribir es Renfo Ronaldo, un joven de veintitrés años, hijo de «el gran Ronaldo, el mayor escritor latinoamericano de su generación, el Ronaldo de la chupa de cuero. Mi padre.» (pág. 14). El gran Ronaldo ha muerto hace unos años y se ha convertido en una leyenda. Renfo vive solo en la que fue la casa de su padre, en un antiguo chalet de una colonia de Arturo Soria. Cómo dejar de escribir es una novela de ubicación tan madrileña como lo era Sánchez, de un Madrid de oscuridades de la Gran Vía y los barrios pudientes, y también de localizaciones más periféricas, como la parte de atrás del Jumbo de Arturo Soria (lugar para el botellón de muchos colegios de la zona durante décadas, un dato que no aparece en la novela y que yo como madrileño conozco, igual que lo conoce García Llovet, pero no lo cuenta).
Renfo no estudia, no trabaja y no tiene amigos de su edad. En la novela no se aclara cómo consigue el dinero (ni otros datos, como, por ejemplo, quién es o dónde está su madre), pero se supone que ha heredado de su padre escritor, quien llegó a tener mucho éxito en vida. Renfo se relaciona con Curto, un amigo escritor de su padre, que estuvo en la cárcel; va a algunas fiestas, celebradas en chalets de Arturo Soria, en las que no parece conocer a nadie o casi nadie; va a presentaciones de libros; habla con un mendigo llamado VIPS, porque pide a las puertas de estos restaurantes; y le gusta una chica a la que ve por el barrio. Además Renfo trata de escribir una biografía de su padre. A pesar de hablarle al lector de maratones de más de sesenta horas escribiendo sobre su padre, en el tiempo de la novela Renfo no escribirá. El lector lo verá deambulando por escenarios nebulosos, que en gran medida son sombras de las zonas ricas y residenciales de Madrid, unas sombras en las que se agazapan los marginados y los delincuentes. Curto está obsesionado con encontrar un supuesto manuscrito perdido de su amigo, el gran Ronaldo, y a esta búsqueda quimérica se dedicarán, en parte, él y Renfo en el tiempo de la novela. Además Renfo va a entrar en contacto con su abuelo Pascal Ronaldo, un famoso y escurridizo actor, que tuvo a su hijo cuando contaba diecisiete años y que nunca se ocupó mucho de él, igual que éste no se ocupó mucho de Renfo, al que mandó a un colegio interno en Ginebra.
Cuando comenté Sánchez ya dije que, en sus entrevistas, García Llovet declara que el primer autor que le llevó a escribir fue Roberto Bolaño. Esta influencia se notaba en Sánchez, más que en la elección de los temas (que también, porque habla de personas marginales y perdidos), en la sensación de amenaza y misterio que conseguía crear en cada párrafo, al mostrar escenas no explicadas del todo. Si la herencia de Bolaño se percibía en Sánchez, he de apuntar que en Cómo dejar de escribir resulta abrumadora. Directamente esta novela está concebida como un homenaje a Roberto Bolaño, puesto que el escritor al que se identifica en el texto como «el gran Ronaldo», de origen chileno, es un claro trasunto de Bolaño.
En Cómo dejar de escribir también García Llovet juega con la idea tan bolañesca de crear una sensación constante de amenaza y misterio. Renfo y Curto son dos escritores aficionados que hacen de detectives persiguiendo un manuscrito perdido. Los dos se relacionan con delincuentes, unos de ellos –apodados Los Maridos– de nombres Pato y Carnicero parecen un trasunto (u homenaje) del Lobo y el Cordero de la novela El tercer Reich de Bolaño. Los juegos metaliterios con la obra de Bolaño son constantes, incluso una última frase de un capítulo está formada por dos palabras que son el título de uno de sus libros de cuentos (Llamadas telefónicas). La influencia de la prosa de Bolaño sobre la de García Llovet resulta apabullante. García Llovet posa su mirada sobre personajes que hacen cosas aparentemente absurdas, que son seguidores de deportes extremos, por ejemplo, y lo remata con alusiones literarias. Diría además que la gran influencia sobre la escritura de Cómo dejar de escribir más que la obra de Bolaño en general es, concretamente, la primera parte de la obra de Bolaño. La fragmentación de Cómo dejar de escribir y las escenas que no son explicadas nos pueden hacer pensar en obras como Amberes. La elección del personaje, ese joven solitario, que vive fuera del círculo protector de los adultos, y la elección de temas, un mundo de marginados, me ha hecho pensar también en Una novelita Lumpen. Hasta tal punto Cómo dejar de escribir me ha hecho pensar en la primera etapa de la obra de Roberto Bolaño que he llegado a pensar que Esther García Llovet se había propuesto escribir una novela inédito de Bolaño, una de esas novelas juveniles que los lectores de Bolaño sabemos que han estado durmiendo en el fondo de su ordenador durante décadas y que sus herederos y agente literario rescatan de vez en cuando.
Siento curiosidad por el resto de libros de García Llovet. No sé hasta qué punto la presencia de Roberto Bolaño se notará en Coda, Submáquina, Las crudas y Mamut. Me gustó mucho Sánchez, repito que me ha parecido una novela corta muy redonda, muy destacada, y Cómo dejar de escribir me ha gustado también, pero no lo sitúo a la altura de Sánchez. En esta novela, que transcurría en una sola noche, todo estaba más hilado y era trepidante y repleto de ritmo. En este sentido, no funciona tan bien la fragmentariedad de Cómo dejar de escribir, siendo sin embargo una buena novela, quizás demasiado deudora de Bolaño, pero, en definitiva, una buena novela.