Primero, “despojémonos de todo peso”. En otras palabras, debemos quitar cualquier cosa de nuestra vida cuyo peso nos esté agobiando como el estrés, la culpa, el temor, la vergüenza y el remordimiento.
Segundo, “despojémonos… del pecado que nos asedia”. ¿Se ha sentido alguna vez totalmente impotente a causa de su pecado? Cuando no se le presta atención al pecado, éste crece como una enredadera silvestre. El pecado puede empezar siendo pequeño, pero podrá apoderarse de usted si no extirpa su raíz temprano.
Tercero, “corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante”. Eso significa que debemos mantenernos enfocados, y si caemos, levantarnos otra vez, y avanzar. Con la determinación de un atleta olímpico, seguimos adelante con nuestra mirada en la meta, a pesar de los obstáculos y las distracciones.
Pero, aun cuando nos sintamos perdidos, podemos estar seguros de que Dios tiene un plan específico para nuestra vida. Él sabe dónde hemos estado, dónde estamos ahora, y hacia dónde nos dirigimos. La ruta ha sido puesta delante de nosotros, y el Señor Jesús se encuentra esperando en la línea de llegada.
(En Contacto)