Cómo entiende un niño de dos años su cumpleaños

Por Y, Además, Mamá @yademasmama

Tendría unos seis años cuando mi prima se despertó la mañana de su cumpleaños y fue corriendo a mirarse al espejo. Lo que vio le decepcionó y se quejó enseguida, “¡pero si soy igual que ayer!”. No sabemos realmente cómo entienden los más pequeños de qué va esto de cumplir años. Saben que es un día muy esperado, que debe de ser la bomba porque todo el mundo pregunta por ello y que es algo especial y festivo. ¿Pero saben cuándo termina? ¿Entienden realmente que el resto de cumpleaños son tan importantes como el suyo?

Creo sinceramente que el enano se piensa que, desde que el domingo sopló las dos velitas, todo el año va a ser igual: canciones en la escuela en su honor, golosinas y gusanitos a destajo, invitados con un regalo bajo el brazo y tarta de cumpleaños como merienda. Le hemos explicado que sólo dura un día, pero los culpables de su confusión somos nosotros por celebrarlo durante tres días, a lo grande, como una boda de las de antes. Con la familia, con los compañeros y con otros amiguitos.

Mi ayudante, robando comida mientras poníamos la mesa.

Con esto de que no habla, cada vez que le reñimos por algo nos muestra sus dos deditos, como si con recordarnos que es su cumpleaños o que acaba de cumplirlos, todo vale. Ya me lo dejó caer a su modo hace tres semanas, en mi cumpleaños, cuando le pedí que me felicitara. Él se estiraba de la oreja y se tocaba la tripita señalándose, como recordándome que el mío sólo era un ensayo del día verdaderamente importante. Y vaya que si tiene razón.

El ritual de soplar las velas, abrir los regalos y que tus amigos te canten el cumpleaños feliz (en nuestro caso, zorionak, que es lo que le emociona) le ha vuelto loco. Sólo quiere que siga siendo su día. Y, ay, qué dura es la caída después del subidón de azúcar y de felicitaciones. Después de un domingo de locura, en el que no pudimos verlo más feliz estrenando cocinita y montado a toda velocidad sobre su patinete, llegó el lunes con su terrible de vuelta a la rutina, al madrugón y a la escuela infantil. Y aunque allí seguían de celebración con el almuerzo especial y el zorionak en el corro, se resistía a volver a la normalidad.

Pero no sólo es cosa nuestra. Las fechas en las que estamos también contribuyen a que crea que los dos años son un no parar de jarana y algarabía. En una semana ya estamos con el Olentzero, del que sólo sabe lo que le importa: fuma pipa (esto es clave para describirlo con gestos), vive en el monte, come castañas y bellotas (algo que para mi hijo es señal de que es un buen tipo) y trae regalos. Así que en cuanto mencionamos al Olentzero se le salta la sonrisa y se señala la tripita. Lluvia de regalos. Y una semana después, los Reyes Magos, de los que aún no hemos tenido tiempo de hablarle con este trajín fiestero que llevamos, pero que le van a caer bien. Seguro.

La cuesta de enero va a ser más empinada para este hijo que para nosotros. Disfrutaremos lo que podamos.

¡Felicidades de nuevo, pequeñín!