Si Sevilla fue la ciudad que alumbró al mundo la devoción a la Divina Pastora de nuestras almas, la villa de Cantillana la sacó de pila. Y le dio el reconocido y glorioso sobrenombre que ahora tiene, porque si al dulcísimo nombre de la Divina Pastora no se le añade el de Cantillana, parece que le faltara algo, y al mismo tiempo, ¿qué sería de Cantillana sin Ella, cómo sería posible entender la grandiosidad de esta devoción sin que el sagrado nombre de la Divina Pastora fuera fundido al de este bendito pueblo, corazón de la Vega sevillana? ¿Qué sería de Cantillana sin su Pastora? ¿Qué sería de la Divina Pastora sin Cantillana? Tanto es así, tan unidos van pueblo y advocación, que lo mismo que el Padre Eterno desde el origen de los tiempos tuvo previsto la Concepción Inmaculada de Nuestra Señora, también desde la eternidad de sus cimientos la parroquia de la villa, su iglesia, tuvo preservado un hueco, el más importante, el que ocupa su corazón, para cuando Tú, Pastora bendita, quisieras anidar en él como en un sagrario silvestre, donde todo un pueblo pudiera arrodillar su fe. Siempre te presintió, siempre te estuvo esperando. Hasta que hace ya más de trescientos años apareciste para tomar posesión del trono de amor desde donde reinas, alzada en la custodia de tu risco, como el más radiante sol que alumbra la vida de Cantillana.
Manuel Gómez Beltrán (Cantillana y su Pastora, 2013)