¿Ser el más votado legitima para gobernar? Así lo reclama y reivindica constantemente un partido de nuestro país. Argumentan que son la lista más votada, y la lista más votada, por tanto, debería gobernar. Esta pregunta me ha llevado a plantearme, cuentas en mano, si sus protestas tienen alguna clase de fundamento respaldable en términos meramente numéricos. El problema de elección de líder no es un tema trivial en absoluto, y se han dado curiosas paradojas como que el candidato más votado no es el que se ha convertido en presidente, como ocurrió en Estados Unidos en el año 2000, con el siguiente resultado:
George W. Bush - 50.456.062 votos
Al Gore - 50.996.582 votoss
Ralph Nader - 2.858.843 votos
A la vista de este resultado, parece lógico pensar que Al Gore debería haber ganado, siempre y cuando no se produjeran posibles pactos entre George W. Bush y Ralph Nader, cosa que no ocurrió. ¿Qué pasó entonces? Sucedió que el presidente no es elegido de manera directa por los votos populares, sino por la votación del llamado Colegio Electoral, un organismo en el que cada uno de los 50 estados posee un 'bloque' de votos que es la suma de sus senadores (siempre 2) y de los miembros que el estado posee en la Cámara de Representantes (de un total de 435). Además, el Distrito de Columbia posee 3 votos adicionales. El resultado es de 538 votos, de los cuales al menos la mitad, 270, convierten a un candidato en presidente.
Este sistema por tanto otorga más peso a unos estados que a otros, lo que podríamos llamar 'votación ponderada', del mismo modo que un examen puede contar para el 70% de la nota final y otro sólo para el 30% de la misma.
El método español es en parte similar, dado que lo que hace falta es una mayoría de escaños en el Congreso de los Diputados y, por tanto, tampoco el voto directo de los españoles es el que elige presidente. Ambos métodos son interesantes de comentar, además, porque ilustran una idea muy inocente e ingenua: pensamos que, por el hecho de votar y que nuestro voto sea tenido en cuenta, vivimos en una democracia, cuando tal cosa no tiene por qué ser cierta en absoluto. Es decir, el método que se use para elegir presidente es tan importante como el hecho de votar en sí. Mismamente, en nuestro país hay dos hechos muy importantes que afectan a la elección de escaños y, por tanto, de representantes que eligen al presidente.
El primero es la llamada circunscripción que, resumida de manera somera, implica algo similar a lo que ocurre en los Estados Unidos: diferentes comunidades autónomas poseen diferente 'peso' para la asignación de escaños. Por poner un ejemplo muy sencillo, si por ejemplo dos partidos A y B tienen ambos dos millones de votos, pero el partido A los tiene repartidos por todo el país, mientras que el partido B los tiene concentrados en una comunidad autónoma, eso da más escaños y, por tanto, más poder al partido B. ¿Por qué motivo? Todo el mundo sabe que se ven los resultados comunidad a comunidad. Si mis votos están 'dispersos' por varias de ellas, puedo ser muy popular a nivel nacional, pero en comparaciones comunidad a comunidad, no soy el ganador nunca y, por tanto, no me dan escaños, pues cada comunidad tiene asignados unos cuantos de ellos. Por el contrario, si lo tengo todo concentrado en una sola comunidad, soy el líder de mi terreno y, por tanto, concentro todos los escaños posibles sólo en mí, lo que a la larga me da incluso la capacidad de cambiar una votación presidencial. Esto, por cierto, explica la importancia que tienen en España los partidos nacionalistas, cuyos votantes por regla general suelen pertenecer todos a la misma comunidad autónoma.
En términos bélicos creo que la idea es más sencilla de entender: si yo tengo a mi ejército concentrado en mi terreno, podré vencer todas las batallas individuales que se me pongan por delante, porque aunque sea pequeño, es mi terreno, donde mi ejército es el líder y el que manda. Tendré, por tanto, un terreno en mi poder, y de ese modo importancia estratégica. ¿Pero qué pasa si mi ejército está dividido? Cubro más terrenos, seguro, pero perderé todas las batallas individuales y, por tanto, mi área de influencia es débil y dispersa.
Política y guerra: no tan diferentes cuando uno recurre a las matemáticas.
La cosa es incluso más grave porque la circunscripción es de hecho provincial, con cincuenta resultados en total. Es decir, que tener una circunscripción exclusivamente autonómica, a pesar de que es 'malo', sería incluso 'mejor' que lo que tenemos ahora.
El otro hecho es la conocida y denostada Ley de d'Hondt, que aunque tiene puntos oscuros, en realidad es menos sesgadora que la circunscripción provincial. Funciona de la siguiente manera:
Supongamos que tenemos varios partidos que han obtenido el siguiente número de votos:
Partido A 340.000
Partido B 280.000
Partido C 160.000
Partido D 60.000
Partido E 15.000
El primer escaño se asigna de una manera muy sencilla: se le da a quien tiene más votos (partido A). Acto seguido, se dividen los votos del partido A (sólo esos) entre 2, quedando la cuenta así:
Partido A 170.000
Partido B 280.000
Partido C 160.000
Partido D 60.000
Partido E 15.000
El segundo escaño se da al partido con el número mayor, que ahora es el partido B. Se divide su número entre 2, quedando así:
Partido A 170.000
Partido B 140.000
Partido C 160.000
Partido D 60.000
Partido E 15.000
El tercer escaño es de nuevo para el partido A, por tener el número más alto, y por tanto de nuevo se le divide entre 2:
Partido A 113.333
Partido B 140.000
Partido C 160.000
Partido D 60.000
Partido E 15.000
Ahora el cuarto escaño sería para el partido C, se le dividiría por primera vez entre 2, y así seguiríamos hasta repartir todos los escaños.
La primera cosa llamativa es que, si quisiéramos repartir 7 escaños, el resultado quedaría así:
Partido A: 3 escaños
Partido B: 3 escaños
Partido C: 1 escaño
Partido D: 0 escaños
Partido E: 0 escaños
Es decir, los partidos D y E carecerían de escaños. ¿Es eso 'justo'? En principio parece que sí, dado que el partido D representa alrededor del 7,01% del total de votos, y un escaño correspondería al 14,28% de los votos, más o menos (la séptima parte del 100%). El porcentaje de votos es como sigue:
Partido A: 39,77%
Partido B: 32,75%
Partido C: 18,71%
Partido D: 7,02%
Partido E: 1,75%
Uno puede pensar, ¿para qué usar este método si podemos repartir según porcentajes? Es decir, por ejemplo el partido C tiene un 18,71% de votos, y por tanto le corresponde uno de siete escaños, ya que pasa del 14,28% pero no llega ni de lejos al 28,56% que haría falta para llegar a poseer dos de ellos.
El problema aquí es patente cuando uno se da cuenta de que el partido B posee 3 escaños según la Ley de d'Hondt pero eso es injusto según el reparto de porcentajes, pues para llegar a tener 3 el porcentaje debería ser del 42,85%, muy lejos también de los 32,75% que han obtenido. El problema es que no podemos dividir los escaños en partes para dar a cada partido su 'trozo' de escaño correspondiente. ¿Esto convierte a la Ley de d'Hondt en injusta? Estrictamente hablando, no. Hagamos lo que hagamos, una 'injusticia' se va a cometer. Es traumático para el partido C quedarse sin un escaño extra, pero también lo sería para el partido B estar un escaño por debajo de su rival inmediato.
Esto me lleva de hecho a explicar la curiosa Paradoja de Alabama. Tenemos tres partidos que tienen estos votos:
Partido A: 600.000
Partido B: 600.000
Partido C: 200.000
Si queremos repartir 10 escaños por el método del porcentaje, redondeando hacia abajo, al partido A le corresponderían 4, al partido B otros 4, y al partido C 2 escaños. Pero si queremos repartir 11 escaños (uno más), entonces el partido A tendría 5 escaños, el partido B otros 5, y el partido C ¡un escaño! Es decir, a mismos votos, y más escaños a repartir, el partido C perdería un escaño. Eso, más que justo o injusto, es inverosímil.
Con la Ley de d'Hondt esto no sucede: si hay más escaños para repartir, a ningún partido se le arrebatan los que ya tenía. ¿Es entonces la Ley de d'Hondt más 'justa'? No. Lo primero, porque el concepto de 'ley justa de reparto' es una falacia: está demostrado por todo un señor Premio Nobel, Kenneth Arrow, que da igual qué método inventemos, ninguno cumplirá unos principios universales de 'justicia' que están preestablecidos.
Este es el tentador momento en que alguien compara la Ley de d'Hondt con la democracia misma, para decir que es la menos mala de las leyes, ya que todas son malas, igual que la democracia es conocida como el menos malo de los sistemas de gobierno. Esto es hipócrita en extremo. La primera cosa a criticar de la Ley de d'Hondt es que a menudo deja a los partidos pequeños con muchos votos 'inútiles', en el sentido de que una vez han obtenido su primer escaño, se dividen entre 2 y el sobrante ya jamás tendrá ninguna utilidad, mientras que a los partidos muy grandes el sobrante les sirve para tener segundos y terceros y cuartos escaños. Eso se arreglaría con sencillez aumentando el divisor, es decir, la primera vez a un partido se le divide entre 2, a la siguiente entre 3, a la siguiente entre 4... el por qué no se hace sólo puedo considerar que se debe a dejadez, interés partidista (nunca mejor dicho) o simple ignorancia.
Es importante reseñar que a menudo se achaca a la Ley de d'Hondt la perpetuación del bipartidismo, cuando en realidad no es culpa de ella en casi ningún caso. Es decir, en términos de escaños, estar unidos antes o después del reparto no produce una diferencia tan grande como pudiéramos pensar, aunque sí es verdad que a menudo, de nuevo, perjudica a los pequeños: si por ejemplo el partido B y C del primer ejemplo hubieran unido sus votos, hubieran tenido tantos escaños como el partido B él solo, tres en total. Tanto sacrificio al partido C no le habría valido de nada: pierde el escaño que ganaba en solitario que, encima, es ganado por el partido D.
Partido A: 3 escaños
Partido B+C: 3 escaños
Partido D: 1 escaño
Partido E: 0 escaños
Echad las cuentas como hice antes y comprobadlo por vosotros mismos si queréis.
El principal problema a superar por partidos emergentes es la circunscripción, y de ahí que lo más importante sea tener seguidores muy concentrados en términos provinciales. Esto por ejemplo ha facilitado el auge de Podemos y Ciudadanos en las elecciones generales y autonómicas de 2015, al tener ambos fuerte base votante en Madrid y Barcelona, respectivamente. No hay que olvidar también que en las elecciones europeas de 2014 la circunscripción fue única (no hubo 'batallas provinciales'), y eso motivó los sorprendentes y buenos resultados de ambos partidos, algo lógico y nada censurable, pues ya hemos dicho que la circunscripción provincial es un 'freno' para conseguir que nunca aparezcan nuevos jugadores en el tablero.
Otro factor que comento sólo por encima porque no es muy matemático en sí es el llamado umbral, mínimo de porcentaje de votos que hay que tener para poder optar siquiera a escaño. Este umbral varía según los países, siendo en Alemania el 5%, típico de muchos países. En España es del 3%, y uno de los más altos e injustos es el de Turquía, un 10%, país con una gran convulsión política (al parecer es tan alto para tratar de ahogar la representación kurda en el país).
Así pues, ¿ser el más votado legitima para gobernar? Todas estas distorsiones numéricas parecen dejar claro que no. Pero dejando al margen los argumentos matemáticos, y haciendo una reflexión de sentido común, pensemos en lo siguiente: es verdad que, si se realiza un pacto entre dos fuerzas, parece lógico que la que tenga más votos de las dos sea la que elija al líder común. Pero si no tienes aliados, por mucho que seas quien más votos tiene, eso no te capacita para gobernar. Ser el más votado en un sistema bipartidista claro que capacita para gobernar: pero es que si ya hay cuatro jugadores en el tablero, el sistema no es bipartidista. El hecho de que esas personas se junten e impidan gobernar a un partido más votado que cada uno de ellos por separado no es un pucherazo, sino una consecuencia de la pluralidad. Son partidos con ideas diferentes pero suficientes puntos en común. ¿Es un gobierno más débil? Sin duda. ¿Es un gobierno más representativo? También, porque aglutina a más votantes que el partido más votado él solo. Lo débil no es 'peor'; de ser así, deberíamos desterrar la democracia y abrazar una dictadura, porque siempre es más 'fuerte' en ese sentido pueril y simplista de pensar como una ideología única.
Resumiendo: no debe gobernar el partido más votado, sino el partido que pertenece al pacto con más votantes. Ese es un sentir democrático, y quien piensa de otra manera sólo está aferrándose a los restos de un sistema que ya no existe y, posiblemente, nunca vuelva a hacerlo.