Los conflictos internos son los que el personaje sostiene consigo mismo. Aquí entrarían en consideración las relaciones que el personaje mantiene con su concepción del yo, con su mente y con su cuerpo. Los conflictos personales son las relaciones que mantiene con sus círculos más íntimos. Hablamos de amantes, familia y amigos. Los conflictos extrapersonales se basan en las relaciones que el personaje mantiene con la sociedad en su conjunto, las instituciones y el sujeto colectivo en un sentido amplio.
Los conflictos pueden también chocar unos con otros. Aunque siempre pueden hacerlo dentro de un mismo nivel, es recomendable que las contradicciones se den entre diferentes niveles para que así el personaje no se vuelva plano y unidimensional. Los conflictos son necesarios porque son lo que ayuda a definirse a los personajes. Podemos construir un personaje y describirlo hasta el último detalle, pero es sólo a través del conflicto (un accidente de tráfico, la boda de su antiguo amante, un contacto alienígena, una plaga zombi, una situación doméstica insostenible...) como los personajes se definen a través de la reacción y se dan a conocer al público a la par que dibujan el devenir de su historia.
En definitiva, el secreto para construir un buen personaje es dejarlo respirar, observarlo actuar, dejar que se enfrente a las decisiones que debe tomar. De lo contrario nuestro personaje no será más que un autómata y un estereotipo mecánico.