Cómo hemos llegado al hecho de que hoy el “vale todo” sea lo políticamente correcto

Por Javier Martínez Gracia @JaviMgracia

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    Como quien no quiere la cosa, los extremos presupuestos de la posmodernidad, los que podríamos resumir en el “vale todo”, pero que prefiere mostrarse como una apología de la diversidad y contra la norma, se han ido convirtiendo en parte sustancial de la opinión políticamente correcta. Podemos hacerla arrancar esa posmodernidad de la famosa cita de Nietzsche de que “no hay hechos, solo interpretaciones”[1]. No hay nada, pues, ahí afuera que sirva como referencia para diferenciar y jerarquizar unas interpretaciones respecto de otras. No hay nada fuera del sujeto, podríamos decir en clave idealista. “El Yo es todo”[2], que, anticipándose, había dicho Fichte; es decir: “la interpretación lo es todo”, lo circunstante es inconsistente, no aporta nada (no es, como sostiene Ortega, límite y dificultad). Así que Nietzsche pudo decir también, en esa misma línea: “En última instancia lo que amamos es nuestro deseo, no lo deseado”[3]. Porque, en realidad, lo deseado (lo que está ahí afuera, en la circunstancia) no es sino una invención, una interpretación del deseo. En consecuencia, “Vale todo”, porque todo, esto es, lo diverso, lo informe… cualquier cosa cumple la exclusiva función de servir de lámina de Rorschach sobre la que proyectar lo que a cada uno le parezca. Vale todo en arte, en moral, en política… incluso los delirios (una mujer de Santa Fe, California, se casó hace unos años con una estación de tren y sostenía que tenía “sexo mental” con ella: ¿por qué no, si todo vale?) Y por esa vía de que el deseo de cada cual resulta ser soberano va asomando el descrédito de cualquier institución sobre la que se pueda sostener la idea de sociedad como algo compartido. Llegados a ese punto de disociación nos retrotraemos al mismo momento declinante de la historia que conocieron los griegos después de la Guerras del Peloponeso y los romanos a partir del siglo III.



[1]Friedrich Nietzsche: “Fragmentos póstumos”, Tº IV, Madrid, Tecnos, 2010, p. 222.

[2]Citado por Ortega en “Las dos grandes metáforas”, “El Espectador” Vol. 4, O. C. Tº 2, p. 400.

[3]Friedrich Nietzsche: “Más allá del bien y del mal”, Madrid, Alianza, 1980, pág. 111.