Constatar que yo y mi circunstancia formamos una unidad indisoluble es una conquista filosófica que hay que situar en la cumbre del pensamiento humano. Según ello, el mundo en el que se vive depende del modo en el que cada cual se sitúa ante él; no hay un mundo único para todos, sino que, como dice Ortega, “cada ser posee su paisaje propio, en relación con el cual se comporta”. El mundo en general no existe, es una abstracción: sería hipotéticamente accesible sólo desde el punto de vista de un Dios que recogiese todos los puntos de vista particulares posibles. Las cosas no existen independientemente de mí, que las observo y valoro, y consiguientemente, dice también Ortega, “para responder a ¿qué son las cosas? tengo que preguntarme ¿qué soy yo?".
Constatar que yo y mi circunstancia formamos una unidad indisoluble es una conquista filosófica que hay que situar en la cumbre del pensamiento humano. Según ello, el mundo en el que se vive depende del modo en el que cada cual se sitúa ante él; no hay un mundo único para todos, sino que, como dice Ortega, “cada ser posee su paisaje propio, en relación con el cual se comporta”. El mundo en general no existe, es una abstracción: sería hipotéticamente accesible sólo desde el punto de vista de un Dios que recogiese todos los puntos de vista particulares posibles. Las cosas no existen independientemente de mí, que las observo y valoro, y consiguientemente, dice también Ortega, “para responder a ¿qué son las cosas? tengo que preguntarme ¿qué soy yo?".