Pero hay un hecho que conmocionó especialmente la sensibilidad de aquellos que estaban luchando por la igualdad plena - no solo sobre el papel - de derechos raciales en Estados Unidos. El asesinato de Martin Luther King no solo acabó con un apostol de la no-violencia, sino que dio temporalmente alas a los argumentos de aquellos que consideraban que no bastaba con la desobediencia civil, sino que había que responder con contundencia a los actos violentos.
Aunque no era el tema principal de su comparecencia, en su reciente visita a Málaga, Antonio Muñoz Molina dedicó unas palabras a presentar su nueva novela. Dijo que lo que le había dado el primer impulso para empezar a recopilar material sobre James Earl Ray, el asesino de King, fue enterarse de que, en su huida, había pasado algo más de una semana en Lisboa, intentando conseguir un visado para viajar a algún país africano. Como la novela iba a centrarse en estos pocos días, el escritor se trasladó a la capital portuguesa. Lo que no esperaba es que esta visita desatara sus propios demonios, obligándole a rememorar su primer viaje a la ciudad, cuando todavía no era un escritor conocido y buscaba inspiración para El invierno en Lisboa. Él mismo cuenta como se desarrolló este proceso en la entrevista que concedió al suplemento cultural de El País, Babelia:
"La novela surgió de esa contraposición repentina. Me dije: estuve aquí hace muchos años, en un viaje medio furtivo con este niño, que ahora tiene 26 años, recién nacido. Al principio eso iba a tener un sentido estrictamente literario: ver cómo cambia la idea que uno tiene sobre la ficción. Pero empiezo a escribir y me acuerdo del día en que nació mi hijo y del disco que estaba escuchando en ese momento. Eso desató algo que yo no tenía previsto y me puse a explorar por ahí, con mucho desconcierto. No quería hacer un juego metaliterario. Fue saliendo esa parte y muchas veces era difícil, pero si quieres ser honrado hay cosas que tienes que contar. Para que tenga sentido la construcción total."
Porque una novela con la estructura de Como la sombra que se va, funciona a varios niveles. En primer lugar el lector la siente como un diálogo intenso con un novelista que a ratos sigue los pasos del asesino y describe detalles de su vida lisboeta con una meticulosidad enfermiza: sus horarios, sus comidas, sus obsesiones, las personas con las que se cruzó brevemente, sus visitas a oficinas administrativas, los libros y periódicos que leía... e incluso penetra en su mente de animal acorralado, a ratos euférica, por haber conseguido llegar tan lejos a solas. Pero Lisboa también hace rememorar al escritor un episodio difícil y doloroso de su biografía personal:
"Pasan los años y se debilitan los recuerdos pero no la pesadumbre por el dolor que uno causó."
Así pues Muñoz Molina queda también convertido en un personaje de su propia novela, en un ejercicio de valentía literaria, pues no es frecuente que un escritor se desnude con esa casi total falta de pudor, que rememore episodios biográficos de hace veintiocho años como si estuviera narrando la vida de otro: un riesgo extremo del que ha salido airoso, un experimento de autoanálisis que puede haberle servido levemente para reconciliarse consigo mismo, con sus circunstancias, con la persona que era hace tres décadas, que no es el mismo Muñoz Molina de 2014. No es lo mismo matar a un hombre indefenso que sentirse lejos de los propios hijos, romper de forma casi inconsciente una familia. Tampoco los remordimientos son los mismos. El asesino despiadado vivirá el resto de su vida en la cárcel, sin sombra de arrepentimiento, incluso recibiendo con placer la admiración de algunos. El hombre con conciencia seguirá lamentándose muchos años después:
"En los espacios en blanco permanece alojado el remordimiento casi con la misma intensidad que en el recuerdo cierto del daño que hice. El remordimiento tiene una resistencia extraordinaria al paso del tiempo. Dura nutriéndose de la memoria y cuando la memoria se extingue se adhiere a la amnesia como un organismo capaz de adaptarse a las condiciones más extremas."
Nadie como el escritor de Úbeda para evocar momentos decisivos, aquellos que cambian la existencia, a veces de manera totalmente consciente, a veces de forma inadvertida. El momento en el que Earl tiene en su punto de mira a Luther King y duda de la realidad del instante, entre el estupor de quien tiene delante la oportunidad tantas veces soñada, el instante en el que Muñoz Molina se atreve a pedirle a la periodista a la que apenas conoce que pase la noche con él, el conocimiento de la breve estancia de James Earl Ray en Lisboa, que desata un mecanismo inexorable, una obsesión que no puede sino culminar en una novela, escrita a ratos de forma febril, según confiesa el mismo escritor en algún capítulo de la misma. Porque la esencia de la obra literaria es su resultado final, pero también el proceso que ha llevado al mismo, que Muñoz Molina no duda en evocar, mezclándolo en un discurso metaliterario perfectamente elaborado, de escritor maduro que conoce perfectamente su oficio y no duda en experimentar con el mismo, quizá con la lógica inseguridad al principio, pero sabiendo en el fondo que lo que se está plasmando en el papel es doblemente valioso:
"Uno sigue queriendo imaginar. La literatura es querer habitar en la mente de otro, como un intruso en una casa cerrada, ver el mundo con sus ojos, desde el interior de esas ventanas en las que no parece que se asome nunca nadie. Es imposible pero uno no renuncia a esa fantasmagoría."