A lo largo de nuestra vida, todos tenemos anhelos. Ansiamos que algunas circunstancias o personas sean diferentes, y deseamos adquirir lo que carecemos, o más de lo que tenemos. Y luego nos encontramos tentados a satisfacer estos deseos por medio de nuestras acciones. La tentación en sí no es pecado; pero actuar por cuenta propia contra la Palabra de Dios, sí lo es. Recuerde lo que les sucedió a Eva, a Sarai y al rey David.
Nuestro Creador, quien le creó a imagen de Él, sabe lo que usted anhela, y Él ha prometido darle lo que más le beneficie (Is 48.17). Confronte sus deseos con la verdad de la Sagrada Escritura, y pídale a Dios que le ayude a dejar todo aquello que no se ajusta a sus normas.
Haga del Salmo 63.1 (NVI) el clamor de su corazón: “Oh Dios, tú eres mi Dios; yo te busco intensamente. Mi alma tiene sed de ti; todo mi ser te anhela, cual tierra seca, extenuada y sedienta”. Y Jesús, que es el Pan de Vida y el Agua Viva, le satisfará como ninguna otra cosa pudiera jamás hacerlo.
(En Contacto)