Cómo las ruinas correlacionan con la melancolía

Por Javier Martínez Gracia @JaviMgracia

“Decimos estar viendo un color desteñido. ¿Qué color vemos cuando vemos un color desteñido? El azul que tenemos delante lo vemos como habiendo sido otro azul más intenso y este mirar el color actual con el pasado, a través del que fue, es una visión activa que no existe para un espejo, es una idea. La decadencia o desvaído de un color es una cualidad nueva y virtual que le sobreviene, dotándole de una como profundidad temporal. Sin necesidad del discurso, en una visión única y momentánea, descubrimos el color y su historia, su hora de esplendor y su presente ruina. Y algo en nosotros repite, de una manera instantánea, ese mismo movimiento de caída, de mengua; ello es que ante un color desteñido hallamos en nosotros como una pesadumbre” (Ortega y Gasset[1]).

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“En la ruina, lo selvático y feroz se manifiesta mejor que en el desierto o el bosque virgen, porque se ve cómo las formas inferiores de la naturaleza se vengan de la cultura fracasada. No hay cosa más agria y brutal que el imperio de los yerbajos espinosos en un claustro arruinado” (Ortega y Gasset[2]).

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“Algo es una ruina cuando queda de ello sólo el esfuerzo vital necesario para que la muerte perpetúe su gesto destructor. En las ruinas, quien propiamente vive y pervive es la muerte” (Ortega y Gasset[3])



[1] Ortega y Gasset: “Meditaciones del Quijote”, O. C. Tº 1, p. 336.

[2] Ortega y Gasset: “Ideas sobre Pío Baroja”, en “El Espectador”, Vol. I, O. C. Tº 2, p. 94.

[3] Ortega y Gasset: “Azorín: primores de lo vulgar”, en “El Espectador”, Vol. II, O. Co. Tº 2, p. 172.