En 1980 se grabó “A mí me llaman Cabrero” con la guitarra de Antonio Sousa. José tenía ganas de dar rienda suelta a su afición por el fandango y, muy especialmente, por los de Alosno y Huelva y había encontrado el guitarrista adecuado: “cuando Sousa me hace el toque del Pinche, me parece que voy caminando por esas sierras”. Tan sólo una soleá y una seguiriya lleva este quinto disco, todo lo demás son fandangos con predominio de los Huelva. Alternando con las de Carrasco, una buena ristra de letras “de la casa”, con mucho paisaje: Labrador de tierras altas, Me sorprendió la tormenta, Al llegar la primavera, En la soledad del monte…
No estaba José muy convencido de hacer el fandango de Calaña, de estrofas cortas y bailable, le parecía algo folclórico; no era el tipo de cante que le iba pero Sousa insistía: “Ese fandango no lo ha grabado nadie, sólo lo cantan allí en el pueblo y lo conoce mu poca gente; si lo grabas tú se hace popular”. A fuerza de cantarlo, le encontró su puntillo flamenco. Lo grabó y tuvo el éxito que auguraba Sousa: a las pocas semanas de su presentación ya se pinchaba en las escuelas de baile y se cantaba en los tablaos.
Estaba el disco en promoción cuando aceptó la propuesta de Pulpón y se presentó, por tercera vez, al Concurso Nacional de Arte Flamenco de Córdoba, en mayo de 1980. Yo no estaba por labor; sabía que no le gustaban los concursos, era ya la figura más contratada en los festivales y no entendía ese empecinamiento: “no me gustan los concursos, pero todavía me gusta menos dejar las cosas a medio hacer; ya que lo he empezao voy a ver si lo termino”
Durante las deliberaciones del jurado, Paco Vallecillo y Agustín Gómez se enzarzaron en una discusión que pudo llegar a las manos, según me confesó Paco al día siguiente. Ya le habían otorgado dos premios a El Cabrero; por unanimidad el primero (Soleá) y por mayoría el premio por malagueña. En contra del segundo, algunos puristas encabezados por Agustín Gómez defendiendo que una de las malagueñas era un híbrido… Curioso argumento esgrimido por quienes, años más tarde, muerto Antonio Mairena y abierta la veda, se pasarían, con el entusiasmo de los conversos, al mal llamado “nuevo flamenco”, a la fusión/confusión.
Sin afán de sumarme, a destiempo, a la discusión sobre la legitimidad de la malagueña interpretada por José, conviene señalar que la mayoría de los estilos flamencos conocidos como personales derivan de otros popularizados por cantaores de generaciones anteriores o coetáneos.
La discusión entre Paco Vallecillo y Agustín Gómez se agrió aún más cuando pasaron a valorar el cante por seguiriya: “Mira, Elena, anoche lo que más me enfadó es que todos estábamos de acuerdo en que José había cantado aún mejor por seguiriya que por soleá y por malagueña pero una parte del jurado, siempre con Agustín al frente, se negaba a darle también el premio Manuel Torre[i] porque entonces se llevaba también el diploma Silverio*[ii]”. “¡Cómo le iban a dar a El Cabrero, que acababa de llegar al flamenco, el diploma Silverio!” Con Agustín Gómez votaron algunos de los que entonces ejercían como críticos y esa votación la perdió Vallecillo… y José.
Él se lo tomó con total indiferencia “Qué más da dos que tres, ha sido por pura cabezoná y ya he cumplío: se acabaron los concursos” Hay que decir que, en toda su carrera, José sólo se presentó a dos concursos: Conil y éste de Córdoba. A Conil lo había llevado Carrasco antes de grabar el primer disco y no ganó premio alguno; se lo llevó un aficionado cuyo nombre no recuerdo porque luego no logró hacer carrera en el cante. Más tarde le propondrían concursar en La Unión y por el Giraldillo, entre otros, y no le interesó porque nunca tuvo ambición o apetencia de premios y por eso, salvo en estas dos ocasiones, no los persiguió.
Muy a mi pesar, el crítico cordobés, Agustín Gómez, tendrá que ser citado en reiteradas ocasiones en este blog y no está de más situar, desde el principio, cuál era su, cuando menos curiosa, relación con El Cabrero. En 1976 nos escribía, a propósito de un recital en Montilla “… yo no tengo intereses personales en esto, si se lo he propuesto a la peña no es por otra cosa que por su calidad artística”. Tras el recital, nueva carta: “Ya sabía yo que en la peña El Lucero apreciarían al Cabrero en lo que vale… no estaba bien de la garganta, pero eso no fue obstáculo para que gustara mucho su cante y, sobre todo…se dijo unos cantes por soleá que nos dejó a todos soñando”. José opinaba otra cosa: “Ya puede escribir ese hombre la bíblia en verso: yo tenía la voz hecha añicos y además, estoy más verde que un olivo: o se pasan o no llegan”.
Y dije antes “curiosa relación” porque, pocos años más tarde, cuando José era un cantaor más experimentado, lo despachaba así: “… se gana los públicos por su imagen física, y él lo sabe… Dejemos que termine la gente de ver al Cabrero. El ojo quema mucho más que el oído” Hilarante y ofensivo argumento: esos rudos campesinos andaluces, que constituyeron la base del público “cabrerista”, lo que aplaudían era la pinta del Cabrero… no sus cantes (¡!)
¿Qué le había sucedido al señor Gómez entre esa noche en que un inexperimentado y ronco aficionado lo dejó soñando con un cante por soleá y esta “sentensia”, tan burda, del ojo y el oido? Le habia pasado por encima nada menos que La Transición, con la desaparición de la censura: al principio lo que cantaba José eran letras populares y algunas con mensajes muy sutiles, como las de Quejío, que no herían la muy apostólica, delicada y conservadora sensibilidad del crítico cordobés. Con la libertad de expresión El Cabrero se convertiría, para la prensa de derechas en general, en un artista irreverente, subversivo y molesto y para el Sr Gómez, además de todo eso, en una obsesión y el objeto de múltiples calumnias, como se verá más adelante.
[i] Premio por seguiriya
[ii] Se le entrega al cantaor que haya ganado tres o más premios