¿Cómo lees?

Por Mientrasleo @MientrasleoS

     "Descubrí que un hombre puede necesitar 400 para decirle a una mujer que la quiere. 400 páginas antes del primer beso, 300 antes de una caricia, 200 antes de atreverse a mirarla, 100 para declararle su amor. En una época en la que se envían SMS cuando se quiere follar, todo eso me pareció prodigioso, vertiginoso, loco, desmesurado, extravagante, insensato, grandioso... Así es como aprendía palabras limpiando. Por lo menos eso..."
     Mi padre es mujer de la limpieza
     Saphia Azzedine
      Y tú, ¿cómo lees?
     Esa es posiblemente una de las preguntas que más veces he visto escritas en artículos y opiniones, Y te aparecen interpretaciones de todo tipo sobre si leen tumbados o sentados, en casa o en el metro, en vacaciones, caminando... pero esta vez no se trata de eso, no. Hoy voy a hablar de cómo leemos o, al menos, de cómo leo yo.
      Cuenta la mayor parte de la gente que cuando ve una película basada en un libro, el personaje tal o cual se parece más o menos a aquél que había imaginado. Los escritores, por ejemplo, lo tienen más complicado, ya que ha de ser prácticamente imposible encontrar a un actor que sea exactamente igual que a quien ellos crearon del borde de su pluma (o de la tecla de su pc). En el caso de los lectores, me llama la atención cuando cuentan que pasean por calles y entran en casas, que asisten a bodas o son testigos de grandes eventos, algunos incluso de asesinatos y les parece salir con las manos manchadas de sangre. Supongo que es cuestión de imaginación, y una servidora, cuando cierra los ojos, lo ve todo negro. Como comprenderéis es complicado llegar así a algún lugar que no sea un golpe contra la pared que tenga justo delante.
     Cuando leo, cuando cojo un libro y lo abro, me dedico justamente a eso, a leer. Y a medida que me envuelven las letras, que las palabras se van convirtiendo en sonidos, paso de leer a escuchar. Porque los libros para mi son historias susurradas al oído, palabras que se articulan junto a mi oído y, si tengo suerte, el leve aliento del autor o narrador consiguiendo erizarme el vello de la nuca. No hay nada comparable al placer de estar sentada y escuchar una voz suave contarte una historia, trasladarte a ese momento en que tu madre te contaba un cuento y te adormecías mecido en su voz. Quizás por eso me gusta leer en silencio. Para que nada enturbie la voz que me habla, el susurro acompasado que se acelera o relaja en función de lo que me está contando, la tensión palpable del narrador infinito que cambia cada vez para seguir siendo el mismo. La misma persona capaz de acariciarme con sus palabras como jamás hubiera podido hacerlo una imagen. Ya sé que es muy habitual esa frase hecha que dice que una imagen vale más que mil palabras, pero no puedo contener la réplica directa que pregunta al maldito inventor del dicho, qué imagen sería capaz de sustituir a la palabra que lleva por número el mil uno. Esa... esa es insustituible. Y esa es justo la palabra perfecta, la que no olvidamos, la que nos hace pegar el salto al vacío dibujado por mil y una palabras más que va a conseguir trasladarme al mundo inventado por otro y que va a provocar un eco en el fondo de mi mente que no apagará el tiempo.
Soy, lo confieso, una persona despistada. No recuerdo las caras, ni las calles, incluso olvido fechas que sé que no debiera olvidar nunca. Pero siempre recuerdo las palabras. Soy capaz de no pestañear y recodar el momento exacto en que conocí a Stoner al comienzo del libro, o decir dónde estaba cuando me susurraban el párrafo con el que hoy comienzo. Tal vez pertenezco a uno de los pocos románticos que quedan y que se niegan a restar importancia a lo dicho agarrándose a otro de esas frases terribles que afirma que las palabras se las lleva el viento. No, el viento se lleva las hojas de los árboles y los mechones de pelo despeinados, nos abre las chaquetas, nos dobla los paraguas... pero no se lleva las palabras dichas con el corazón, o las que nos han llegado a él. Tampoco creo del todo que los libros estén formados por fragmentos de sus autores, al contrario. Creo que los libros que nos llegan lo hacen por abrirse en el momento adecuado, porque leímos la palabra precisa, la frase correcta que nos hizo sentirnos comprendidos, arropados, emocionados o tal vez sobrecogidos. Y esa, justo esa, es la palabra que escucho sintiendo los labios junto a mi oreja con una voz que ya no se despegará hasta el final de los días. Una voz cambiante, ahora grave o aguda, masculina o femenina, lo mismo da. Porque en el fondo es siempre la misma: la voz que me hace seguir leyendo.
     Y vosotros, ¿soís de los que imagináis las escenas de los libros?
     Gracias