Nikolai Krylenko (tiene cierto parecido con el rapero Pablo Hasel), que como los otros jerifaltes soviéticos probó su propia medicina
En diciembre de 1922 nacía la Unión Soviética. La sangrienta locura comunista duró casi setenta años y se caracterizó, como es sabido, por una brutal represión política que produjo muchos millones de muertos y de la cual no escaparon ni siquiera algunas de las grandes figuras del partido comunista soviético. No importaba el cargo, pues en realidad en la extinta URSS nadie estaba a salvo de ser denunciado, lo que invariablemente conducía a alguno de los juicios-farsa que tanto gustaban a Stalin y sus secuaces; lo mejor del asunto es que casi todos acabaron probando su propia medicina
Hace un siglo que surgió la URRS, el terrorífico experimento comunista que exterminó por causa política o animadversión personal disfrazada de traición antirrevolucionaria a millones de personas, incluyendo altísimos cargos de la política, del ejército, incluso de del arte… De sobra conocidos son los juicios o procesos de Moscú, los juicios en masa, la Gran Purga (o el Gran Terror de los años treinta), el Juicio de los Médicos o el de los Escritores... En realidad nadie estaba a salvo de la paranoia comunista soviética, nadie, ni siquiera los más poderosos y altos cargos políticos. Es muy significativo que de los asistentes a cada congreso del Partido Comunista en los años treinta la gran mayoría fueron ejecutados en los dos años siguientes. Del Politburo original sólo sobrevivió Stalin, pues cuatro fueron ejecutados y el otro fue Trotsky, cuyo final es muy conocido; del siguiente Politburó presidido por Lenin cuatro fueron ejecutados, uno se suicidó y sólo sobrevivieron Stalin, Molotov y otro.
La ejecución de políticos fue una constante en la Unión Soviética estalinista (antes y después también, aunque en menor medida). Alguien explicó que la gran diferencia entre la dictadura comunista y la nazi es que en ésta, mientras no te metieras con el líder, con sus lugartenientes o con el partido no tenías nada que temer, mientras que en la comunista daba igual la lealtad al jefe, al partido y a la patria, pues en cualquier momento los agentes del NKVD aporreaban tu puerta para llevarte a las salas de tortura, al juicio-farsa y al paredón. La lista de grandes nombres de la nomenclatura soviética que pasaron por ese proceso es kilométrica.
El proceso siempre era el mismo: detención inesperada, unas pocas noches en las cámaras de tortura, ‘confesión’ del delito, ‘juicio’, sentencia de muerte y fusilamiento. Por esa secuencia pasaron cientos de miles de comunistas convencidos que, tras unos días con los ‘especialistas’ de la tortura, estaban dispuestos a confesar lo que fuere; un cargo medio, Iván Smirnov, confesó haber participado en el asesinato de Kirov a pesar de que cuando éste se perpetró, Smirnov llevaba un año en prisión incomunicada… Hay que entender que sin dormir, siempre de pie, sin comer, con palizas diarias, con amenazas de detención y ejecución de familiares (cumplidas casi siempre), cualquiera estaría dispuesto a confesar haber asesinado a Julio César.
Aunque sea menos conocido, Vladimir Antonov Ovseenko fue el héroe de la toma del Palacio de Invierno en plena revolución rusa, que supuso el triunfo de los bolcheviques. Militar, periodista y diplomático, fue cónsul en Barcelona durante la Guerra Civil, pero tuvo el desliz de dejarse fotografiar junto a líderes anarquistas españoles ideológicamente cercanos al perseguido Trotsky. Lo llamaron a Moscú para nada bueno; un amigo le dijo que no fuera, que lo iban a fusilar seguro, a lo que él respondió que ya lo sabía, pero que si no se presentaba ante el partido lo tomarían por traidor. Volvió y al poco, en 1938, fue detenido, juzgado y fusilado. Ejemplo de fanatismo ciego y suicida.
Lavrenti Beria desempeñó el cargo de jefe supremo del NKVD (la policía política), entre otros. Durante la Gran Purga se llevó por delante a miles de correligionarios; hizo listas de ‘traidores’ a los que había que ejecutar, tanto soviéticos como prisioneros de guerra (es el responsable de la llamada Masacre de Katyn, donde ejecutó a más de 22.000 polacos); sus atrocidades son numerosísimas, incluyendo el secuestro, violación, tortura y asesinato de infinidad de mujeres durante varias décadas (cuentan que en el jardín de su casa había cadáveres). A la muerte de Stalin (1953), Kruchev quiso quitárselo de encima cuanto antes, así que lo acusó de ser espía, de recibir dinero de occidente, de traición…, fue ‘juzgado’ de igual modo que habían sido juzgados los que él llevó a los jueces soviéticos, es decir, sin pruebas, sin decir palabra y sin derecho a apelación. Aquel mismo año lo ejecutaron de un tiro en la nuca. .
Nicolai Krilenko fue, entre otros puestos, comisario del pueblo, Fiscal General de Rusia y Presidente del Tribunal General. Estaba convencido de las bondades del Terror Rojo, afirmaba que cuando se abren diligencias contra alguien el proceso debe terminar en castigo, presidió los llamados Juicio-Farsa contra diversas instituciones (incluyendo la Iglesia Católica, de la que fusiló obispos, arzobispos, curas…); en una ocasión conocía al acusado y le dijo que estaba convencido de su inocencia, pero que en bien de la patria lo tenía que acusar, y que él debía corroborar la acusación (aunque fuera falsa) y aceptar su ejecución. En enero de 1938 lo cesaron de todo y lo acusaron de todo el lote; el 31 de ese mes lo llamó el propio Stalin para tranquilizarlo y asegurarle que no tenía nada que temer; esa misma tarde fue detenido por el NKVD junto a toda su familia (lo corriente era que esposa, hijos, hermanos y padres fueran detenidos, enviados al gulag o fusilados sin más). En prisión confesó todas las acusaciones. Su juicio (en el que se retractó de su ‘confesión’) duró unos veinte minutos y dos minutos después ya era cadáver.
Grigori Zinoviev y Lev Kamenev, junto a Stalin, formaron una especie de triunvirato tras la muerte de Lenin. Luego, los tres acosaron a Trotsky, pero luego rompieron con Stalin y se pusieron de parte de Trotsky. El caso es que de 1934 a 1936 fueron juzgados varias veces hasta que ya no hubo forma de salvarse (intento de asesinar a Stalin, asesinato de Kirov, traición…, fueron los cargos, que ellos ‘confesaron’ tras unos días en la cárcel del NKVD). En agosto del 36 fueron ejecutados junto a otra docena de antiguos bolcheviques.
León Trotsky fue uno de los principales organizadores de la Revolución de Octubre (1917). Comisario del Pueblo en varios departamentos, Presidente del Soviet Militar y creador del Ejército Rojo, Trotsky, fue uno de los grandes defensores del Terror Rojo y a él se deben numerosas acusaciones y ejecuciones. Tuvo que exiliarse varias veces cuando a Stalin dejó de hacerle gracia, hasta que en México un comunista español (Ramón Mercader) le clavó un piolet en la cabeza en 1940.
Yegoda fue Comisario del Pueblo y jefe del NKVD, con lo que ordenó torturar y ejecutar a miles de personas (la mayoría comunistas y todas leales a la causa), pero cayó en desgracia y fue ‘juzgado’ (junto a unos 350 funcionarios) e inmediatamente ejecutado en 1938 (junto a los 350). Lo sustituyó Yezhov como jefe de la policía política, desde donde persiguió con saña a todo el que le pareció, e incluso a veces pasaba a sus subordinados listas (un total de 384) con unos 4.000 nombres de funcionarios del partido que debían ser fusilados sin más explicación; sus métodos de tortura era brutales. A mediados del 39 fue arrestado y conducido a una de sus cárceles, donde confesó todas las acusaciones; el 4 de febrero de 1940 fue juzgado (sin abogado, testigos, pruebas) y esa misma noche…
Los cargos soviéticos (altos, medios y bajos) que fueron ‘juzgados’ en los Procesos de Moscú se cuentan por cientos de miles. Fueron muy pocos los que escaparon a la detención, tortura, confesión, juicio y ejecución. Uno de los que vieron lo que le iba a pasar y puso tierra de por medio fue Alexander Orlov, espía y comisario en la Guerra Civil Española, donde llevó ejerció la más espantosa tortura y el asesinato, como con el líder anarquista Andrés Nin. Orlov observó lo que pasaba con cargos similares al suyo, a amigos y compañeros de partido, a políticos y militares, así que cuando le ordenaron reunirse con un espía soviético en Amberes, sospechó lo peor, así que robó cincuenta o sesenta mil dólares al NKVD y huyo a Canadá con su mujer e hija.
En fin, excepto Stalin, nadie estaba a salvo en aquella locura, desde el trabajador más humilde hasta el jefe de la policía política o el presidente del soviet. Otro punto en común que tenían todos ellos: ninguno tuvo nunca un verdadero trabajo, todos vivieron a cuenta del proletariado al que decían defender.
CARLOS DEL RIEGO