Creo que he tenido una relación extraña con este libro. Debió de llegar a la biblioteca de Móstoles como novedad posiblemente cuando fue editado, en 1998, o poco después. En la biblioteca de Móstoles tienen bastantes libros de César Aira (Coronel Pringles, Argentina, 1949) pero, hasta ahora, que he leído tres libros de Aira comprados de segunda mano, nunca había leído uno de aquéllos. Entre todos estos libros de Aira, que he hojeado muchas veces y nunca leído, mi favorito, el libro de Aira de la biblioteca de Móstoles que más veces he estado a punto de leer en los últimos quince años ha sido éste: Cómo me hice monja (1989), por ser una de las novelas más representativas del autor. Este volumen además contiene las novelas cortas La prueba (1989) y El llanto (1990). Recuerdo que, hace más de una década, este libro desapareció de la biblioteca, en uno de los periodos que más ganas tenía de leerlo. Pregunté por él a los bibliotecarios y me contaron que lo había sacado en préstamo uno de ellos que, había sido trasladado de biblioteca y estaba tardando en devolverlo. Lo tuvo en su poder muchos meses. Cuando regresó, yo había dejado ya de esperarlo. Años después lo saqué, y estuvo en mi casa, junto con otros libros de Aira. Al final me enfrasqué en otras lecturas y devolví aquellos libros sin leerlos. Mientras, he leído Cumpleaños, El tilo y Las noches de Flores. Los dos últimos están comentados en el blog.
Después de haber leído dos novedades literarias, me dije que tenía que parar y leer al menos un clásico, y que valdría si era un clásico moderno, o uno de esos libros que siempre había querido leer y, por un motivo u otro, la lectura se había ido posponiendo. Así que hace unos sábados, que fui a la casa de mis padres en Móstoles, después de comer me pasé por la biblioteca y por fin saqué Cómo me hice monja y por fin lo he leído. No tenía todas conmigo, pensé que al final me iba a volver a liar con otra cosa e iba a seguir sin leerlo. Pero al fin ha ocurrido: he leído Cómo me hice monja de César Aira y he descubierto que es un libro en el que, en realidad, nadie se hace monja.
Cómo he hice monja está narrado por una persona que evoca sus seis años, un niño llamado César Aira que, junto con sus padres, ha emigrado del pueblo Coronel Pringles (del que no le quedan recuerdos) a Rosario. La narración empieza con uno de los primeros recuerdos de Rosario: el padre quiere invitar a su hijo a probar el helado, algo que no existía en Coronel Pringles. Compran dos helados en una heladería de Rosario, el padre lo come en la calle con delectación y el niño al probar su helado de frutilla siente que es repugnante, que le va a resultar imposible tragarlo. El padre cree que el niño se burla de él y quiere forzarle a comerlo. La escena mínima, pero de una gran violencia contenida, se prolonga hasta que el padre prueba el helado del hijo y descubre que, efectivamente, es repúgnate porque ha sido vendido en mal estado. El padre la tomará ahora con el heladero, al que acabará matando introduciendo su cabeza en un cubo de helado. Todas estas primeras páginas de malentendidos son violentas, grotescas, realistas pero no del todo, ya el lector siente que se ha metido dentro de un mundo onírico, que bordea los límites de una experiencia alucinada o una pesadilla. El niño se quedará solo con la madre cuando el padre es encarcelado. Al empezar el segundo capítulo he vuelto al capítulo uno y lo he revisado, puesto que había leído el capítulo como si el narrador nos hablase de su infancia y el narrador fuese un niño. En masculino se dirige el padre a él. En el segundo capítulo el narrador se empezará a referirse a sí mismo en femenino. Así que el narrador César Aira, al que los demás perciben como varón, se siente en su interior una chica (aunque no en todas las ocasiones, puesto que también habla de sí mismo en masculino). Se suceden los recuerdos de infancia: la enfermedad que hace que el niño-niña Aira tenga que guardar cama, entre extrañas pesadillas, la estancia en el hospital de Rosario, el colegio… El posible realismo de la narración se ve continuamente alterado por la visión fantasiosa del narrador. En este sentido, Cómo me hice monja me ha recordado a la escritura de Bruno Schulz en su conjunto de relatos Madurar hacia la infancia. El mundo alucinado de Schulz me parece un referente claro de la escritura de Aira en este libro.
Recuerdo que al leer Las noches de Flores y buscar información sobre el libro en internet me encontré con reseñas de lectores que aceptaban que Aira convirtiera lo que parecía una novela realista, sobre dos jubilados afrontando la crisis del 2000 en Argentina, en una novela fantástica, pero lo que no le perdonaban a Aira era que jugase a romper la verosimilitud narrativa, algo que entendían como un error constructivo, cuando esto precisamente –romper la verosimilitud narrativa- es una de las marcas de la narrativa de Aira. Un autor que se ha propuesto desde el principio acercarse a la literatura como si ésta fuese un juego que admite cualquier dislate. Lo bueno de esta propuesta es que uno siempre lee expectante, porque no sabe en cada obra de Aira (o en cada página) por dónde va a salir el autor, aunque a veces la apuesta sea excesiva y se tenga la sensación de que no existe ninguna idea de construcción narrativa y que Aira nos está tomando el pelo.
La primera es la novela corta más larga, con sus 90 páginas. Las otras dos tienen, cada una, unas 60. La prueba está narrada en tercera persona. Marcia es una adolescente de dieciséis años que vuelve del colegio a casa andando. Por el camino observa como pierden el tiempo los jóvenes, hasta que dos chicas punks la interpelan con una obscenidad. Una de estas chicas, que se llama a sí misma, Mao, le dirá a Marcia que se ha enamorado de ella y que quiere acostarse con ella, que a su compañera –Lenin- no le importa que cambie de pareja. Marcia acaba sintiendo curiosidad y decide unirse a las punks. La narración que empieza siendo realista, con la mirada sobre el mundo de una adolescente algo ingenua, acaba derivando hacia un mundo de violencia expresionista. Me ha gustado esta narración y me ha sorprendido bastante, que es una de las intenciones narrativas de Aira.
El llanto quizás sea el texto que menos me ha gustado de los tres, y con esto no quiero decir que no me ha gustado, porque sí lo ha hecho, pero en menor medida que los otros. El llanto propone una historia más inmóvil, con un hombre que se despierta en la noche y evoca desde un sofá. A nuestro narrador le ha dejado su mujer después de doce años de matrimonio. En realidad el conflicto parece muy cotidiano, pero en Aira el concepto de lo cotidiano es puramente engañoso. Aquí nos encontraremos un complot internacional que lleva al magnicidio y sucesos por completo fantásticos, que son asumidos como reales por el narrador. Así, por ejemplo, podemos leer en la página 187, cuando se describe la cena en un restaurante: “Mucho después supe que lo que había pasado era que el pez había saltado del plato sobre su escote, y le estaba mordiendo los senos con toda la ferocidad que puede esperarse de un resucitado.” Las últimas páginas del libro rompen por completo la verosimilitud narrativa de lo contado (suponiendo que hayamos asumidos como real, dentro del juego del libro, el ataque de un pescado que resucita del plato de un restaurante una vez servido).
Con las tres novelas de este volumen ya he leído seis novelas cortas de Aira, y creo que éstas a las que me acercado en este libro, Cómo he hice monja, son de las mejoras y deben ser de las más representativas del autor.