Cómo nació el escepticismo

Por Javier Martínez Gracia @JaviMgracia

–¿Y esto era todo?   
Todavía jadeante, observaba cómo su estado de ánimo iba pasando ineluctablemente desde la perplejidad hacia el despecho.
Nadie le respondió. Y es que las cimas son lugares deshabitados e inhóspitos. Debería haber previsto que allí estaría solo. “Cuando estoy arriba –decía en esa misma situación el Zaratustra de Nietzsche–, siempre me encuentro solo. Nadie habla conmigo, el frío de la soledad me hace estremecer”.
Tanta ilusión, tanta determinación, tanto esfuerzo... ¿Y ahora, qué?
“¿Y ahora, qué?”. Nunca nadie ha sido capaz de traspasar definitivamente los límites adscritos a esta inquietante pregunta. Desde luego, Sísifo tampoco lo consiguió. Y es que, decía León Felipe,
“Nadie va más allá de sus tinieblas
y el hombre no camina
más lejos que su sombra”
Los dioses, como tienen por costumbre, se mostraron indolentes ante sus lamentos.
Aún permaneció un rato aturdido, indeciso, sumido en la incertidumbre. Por fin, cuando ya estaba a punto de caer en la desesperación, consiguió reaccionar. Se levantó, apoyó sus manos en la enorme piedra que acababa de subir y optó por la única solución que, una vez más, logró encontrar: presionó con ahínco sobre la piedra hasta ver cómo de nuevo rodaba montaña abajo…
Viendo esta historia repetirse muchas veces, Lao Tsé pudo concluir: “El que camina por el llano sendero del Tao parece subir y bajar”. 

M. C. Escher: "Escaleras arriba, escaleras abajo"