Cómo nuestra mirada pretende salvar del caos a las cosas

Por Javier Martínez Gracia @JaviMgracia
“Tendemos unas líneas incorpóreas que aquí agregan un poco de forma; allá, en cambio, suprimen y amputan algo de las existentes. Lineas incorpóreas, digo, y esto no es una metáfora. Nuestra conciencia las traza al mirar constantemente donde no las halla corpóreas. Sabido es que no podemos mirar en la noche las estrellas imparcialmente, sino que destacamos unas u otras del encendido eniambre. Destacarlas es ya poner en una relación más intensa ciertas estrellas entre sí; para esto tendemos de una a otra como hilos de una araña sideral. Los puntos incandescentes quedan por ello ligados y constituyendo una forma incorpórea. Este es el origen psicológico de las constelaciones: perpetuamente, cuando la noche pura hace palpitar su azulada tiniebla, los ojos del hombre pagano se levantan y ven que Sagitario dispara, Casiopea se irrita, la Virgen aguarda y Orion opone al Toro su escudo de diamantes. De la propia suerte que el grupo de puntos estelares se organiza en constelación (…) en un mismo movimiento de nuestra conciencia surge la percepción del ser corpóreo y la sospecha de su ideal perfección (…) Cada fisonomía suscita, como en mística fosforescencia, su propio, único, exclusivo ideal (…) Cada cosa al nacer trae su intransferible ideal” (Ortega y Gasset[1]).

[1] Ortega y Gasset: “Estética en el tranvía”, en “El Espectador”, Vol. I, O. C. Tº 2, p.37.