De este modo, lo único que tiene de "especial" esta historia es que está basada en hechos reales -premisa que ya asegura unas cuantas ventas, incluso cuando dichos hechos pueden contener solo una pizquita de verdad-. Corinne Hoffman, la autora y protagonista, hizo un viaje a Mombasa en los 80 que le cambiaría la vida para siempre. En una de las excursiones que realiza, ella y su novio tienen la oportunidad de ver una tribu masai. Ambos se ven impresionados por esas alargadas figuras de piel negra y brillante, pero entre ellos, Corinne queda fascinada por Lketinga. Esos ojos oscuros y ese halo de misterio que envuelve a tan impresionante hombre serán el comienzo de lo que, según prometen, es una apasionante historia de amor más allá de las fronteras.
Hay varias cosas que me chirrían de la novela, más allá de los predecibles tópicos que nos encontraremos ya con solo leer la frase anterior. En primer lugar, me sacaban de quicio los impulsos y la ingenuidad con la que actuaba Corinne. Abandonar toda su vida en Suiza sin pensar en las consecuencias de trasladarse a vivir con una tribu demuestra que sí, el amor a veces nos vuelve incautos y bastante estúpidos. Vamos a ver, yo entiendo que todos hacemos tonterías cuando estamos enamorados -a fin de cuentas, el amor es en cierto modo un estado de atontamiento-, eso es innegable. Más aún, puede que empatice hasta cierto punto con Corinne porque yo misma tuve una pareja procedente de un país muy diferente, pero, que me perdonen, nuestra protagonista se fuma un porro del amor demasiado grande. A ella no le importan las enfermedades, las costumbres ancestrales patriarcales, la inaccesibilidad del entorno, los animales salvajes merodeadores... No es que las distancias culturales y sociales sean muy grandes, sino que son insalvables, hecho que ella en ningún momento se plantea. ¿En serio no se veía venir que su historia estaba predestinada al más rotundo fracaso?
En sí, lo que me fastidia es esa idea tan recurrida en este tipo de literatura sobre la fuerza indestructible del amor, que todo lo puede. Sacrificar absolutamente todo (país, costumbres, cultura, familia, amigos, estilo de vida, gustos personales) y de manera tan radical por la persona amada es, en mi opinión, un acto de suprema idiotez que en las obras de Shakespeare queda espectacular, pero que al trasladarse a la vida moderna semeja bastante absurdo. Corinne me hizo recordar a esos personajes femeninos simplones y estereotipados con horchata en las venas como Bella de Crepúsculo o Anastasia de 50 sombras de Grey, que, ohhh, están dispuestas a todo con tal de estar en brazos de sus hombres, no importa si estos son chupasangres paliduchos, sadomasoquistas azotadores-controladores, reggaetoneros machiruleros o pertenecen a los mundos de Yupi.
Sin embargo, es posible que algunos de estos aspectos los hubiese perdonado, si no fuese por la absoluta falta de chicha de la autora, puesto que cuenta todo a base de frases cortas y puntos y seguido con una monotonía que resulta desesperante. No consigues empatizar en absoluto con la protagonista porque el arrebato con el que supuestamente debería estar narrada la historia de su gran amor por un masai tienes que imaginarla tú. Vamos a ver, si a fin de cuentas se trata de una novela romántica, coño, dame magia, acción, sexo desenfrenado y todas esas cosas bonitas que me prometías en la sinopsis para hacerme cerrar el libro con la maravillosa milonga de que el amor todo lo puede, que es lo que una espera. En cambio, La masai blanca carece completamente de pasión narrativa y argumental, de personajes bien perfilados, de adornos descriptivos, convirtiéndose así en una lectura decepcionante que no provoca otra sensación más que el adormecimiento.
En suma, esta para mí ha sido una novela para olvidar, que además está totalmente sobrevalorada, como tantos otros bestsellers. Así que si estás buscando un libro para regalar estas navidades, te recomiendo que, si por casualidad te topas con este, lo dejes pasar de largo. A no ser que no aprecies mucho al destinatario del presente en cuestión... Dicho esto, os deseo muy felices fiestas, queridos lectores. Llenaros de literatura, pero, por favor, que sea de la buena.