CONCURSO DE RELATOS "ALIANZA LIMA CORAZÓN"
organizado La Hermandad Aliancista
¿Cómo puede haber gente que no es de Alianza? - segundo lugar
Mi primer recuerdo en Matute es un Alianza vs Cienciano. Mi abuelo me llevó al estadio y sé que ganó Alianza, pero no me acuerdo si fue por uno, dos o tres goles, lo que sé es que ese momento marcó mi vida para siempre. En mi memoria quedó grabado el ambiente del estadio, los cánticos del Comando Sur, las otras tribunas, la libertad para cantar, reír, pararse o insultar. Había visto muchos partidos por televisión y, pese a que mi papá y mi padrino eran hinchas a muerte de Universitario, nunca me gustó la crema. Ellos llegaban siempre con camisetas, pelotas o cualquier suvenir de aquel equipo, pero solían terminar siendo regalo para algún primo o amigo. Mi abuelo no era un tipo futbolero, no le importaba ver los mundiales ni otras ligas. Siempre fue un tipo duro. 'El coronel', como lo conocían todos, era un militar dentro y fuera de la casa. No me contaba historias de jugadores de antaño, ni de campeonatos, ni mucho menos del Fokker. Tampoco me regalaba camisetas u alguna otra cosa que tuviera que ver con el equipo, pero cada vez que jugaba Alianza desaparecía. Nunca sabía quién iba puntero, quién era el goleador o cuantos puntos tenía el equipo. Eso no le interesaba.
El sillón negro de espalda alta de su escritorio, su taza de café y los pies encima de la cama era todo lo que necesitaba para ponerse cómodo y ver a Alianza en el televisor marrón sin control remoto que tenía en su cuarto. Eso me llamaba la atención porque nunca hablaba de Alianza y menos conmigo. No puedo decir cuándo fue la primera vez que me acerqué a él para ver juntos un partido ni si fui yo quien propuso ir al estadio por primera vez, pero recuerdo su mirada de orgullo cuando entramos a Matute y nos sentamos en nuestros lugares. Él se sentía parte de todo, estaba feliz al igual que yo y siento que, aunque no se lo pregunté nunca, esa también era su primera vez ahí. Mi trascendental experiencia viendo a Alianza Lima en su estadio puede que haya sido también la suya y espero que haya sido así. Hoy, con 28 años, creo que él quería que sea así, que me haga hincha de Alianza sin presión, que lo haga solo, que elija bien.
En junio de 1996 el Real Madrid hizo una gira que pasó por Perú y cuando anunciaron que César Cueto se iba a vestir de corto para jugar ese partido, le pregunté a mi abuelo quién era ese tal Cueto. Su respuesta fue clara, concisa y de corte militar. Me miró fijamente y me dijo: "Es el mejor". Suficiente información para rogarle que me lleve al estadio nacional a verlo jugar.
Era otro estadio y el marco también impresionaba. No me importaba mucho el Real Madrid, creo que apenas lo conocía, nosotros íbamos a ver a Alianza y al 'loro' Cueto. No tengo una sola imagen del partido en mi cabeza, he visto en YouTube el video mil veces y, francamente, no recuerdo nada excepto un pequeño momento. Cuando César Cueto fue cambiado y empezó el ensordecedor "Olé, olé, olé, Cueto, Cueto" quedé sorprendido por la bulla y todo lo que generaba el 'poeta de la zurda' en la gente. El momento fue impresionante, abrumador, y al voltear a ver a mi abuelo para comentarle lo chévere que era todo, lo vi a punto de llorar.
La impresión que me quedó tras ver así a un tipo que casi no tenía emociones, me la guardé. Nunca comenté nada al respecto, le tenía mucho respeto. Su aliancismo era diferente al común, así era él, los partidos en donde no jugaba Alianza no existían, no sabía los nombres de los nuevos jugadores, amaba al equipo a su manera.
Llegó noviembre de 1997, yo tenía doce años y Alianza jugaba en Talara el partido más importante en muchos años. Nuevamente el ritual de siempre, sillón negro, café, pies sobre la cama y ahora lo acompañaba yo. Los goles llegaban y la tarde era perfecta, desde el quinto piso de nuestro edificio en Santa Beatriz se escuchaba a los vecinos gritar los goles, sonaban cohetones, se sentía la alegría en todos lados y cuando Alianza Lima gritó campeón después de tantos años de sufrimiento, volví a voltear a mirarlo y el coronel estaba frente al televisor llorando como un niño, con los puños apretados sobre sus rodillas soltando todo lo que, como millones de peruanos, tenía dentro. Su amor por Alianza se convirtió en el mío, él me enseñó a ser aliancista sin decirme nada al respecto.
Autor: Renato Martín Vásquez Guerrero