Hace ya unos años que tuve mi primer trabajo. No duró mucho tiempo, uno o dos meses como mucho.
Todavía recuerdo unas cuantas anécdotas: mi compañera era cantante de copla, nadie fumaba tabaco de liar menos yo, lo cual me generaba miradas un poco sospechosas, aprendí a apreciar un precioso amanecer desde el tren… Pero de todas, la que siempre más me ha vuelto a la cabeza ha sido la cantidad de veces que llegué a oír la palabra “Gracias” y “Gracias a ti”.
En aquella época fue algo que me sorprendió, no estaba acostumbrado a escucharlo y mucho menos a decirlo.
Es cierto que no se percibía que se expresara de corazón y pareciera más una norma de convivencia impuesta por la empresa para evitar los malos rollos. Pero aun así, fue un hábito que adquirí para los siguientes trabajos.
Con la práctica, me fui dando cuenta de la diferencia de dar las gracias de manera “superficial” y de corazón.
Al hacerlo de esta última manera, no solo conseguía una sonrisa y a veces una respuesta de asombro, si no que provocaba que la otra persona se sintiera segura por como había actuado y por tanto ayudaba a que se sintiera bien y quisiera hacerlo mejor todavía para la próxima vez.
Esto a su vez generaba una gran felicidad en mí. Por lo que decidí practicar y practicar hasta crear el hábito. De aquí a estar agradecido por tantas y tanas cosas no hubo más que un solo paso.
Todos tenemos momentos con los compañeros en los que podemos dar las “gracias”. Podemos aprovechar estas ocasiones para practicar el agradecimiento y darnos un regalo en forma de sonrisa y de satisfacción personal.
GRACIAS.