Cuando viajas por el sur de EEUU, entiendes por qué hay cierta rumorología siempre presente en el ambiente. Texas, Nuevo México o Arizona no tienen nada que ver con Nueva York, Maryland o Illinois, y muy probablemente tampoco con las zonas del extremo norte del país. ¿Pero qué coño tiene que ver Barcelona con Cádiz o con Badajoz? Visto así…
Sea como sea, en nuestro recorrido, que hace unos días comenzaba a explicar, vimos las dos caras de la moneda. Al dejar atrás Missouri, no fue extraño encontrarse frente a inmensos ranchos a lo largo de Kansas, Texas u Oklahoma, y también con reses muertas, y todo tipo de cuerpos de animales en el arcén de la carretera; bichos que te hacían comprender, ipso facto, por qué los cuervos eran siempre parte del decorado.
Antes del festival de vísceras que nadie se empeña demasiado en ocultar, para qué engañarnos, asistimos a una cara muy distinta en Nueva York: una serie de spots que nos acompañarían hasta la Costa Oeste de motel en motel. El único que realmente recuerdo —poco tiempo había para la televisión— trataba sobre el tabaco y los animales de compañía, y el eslogan era algo así como: Let’s start treating our best friends like real best friends[1]. En él, se criticaba el hábito del tabaco, pero, sobre todo, se hacía hincapié en el hecho de que los perros y los gatos pudiesen desarrollar cáncer de pulmón por culpa de sus dueños.
En la carretera, en cambio, no solo vimos cadáveres de vaca, ciervo e indecibles, sino algún claroscuro más a nuestro paso hacia California. Concretamente, tres perros que se movían, desorientados, por el primer tramo de la 66 en Arizona, donde los abandonos en la reserva india son recurrentes, pues la policía ni pisa al sur de la I-40; ranchos de cientos de hectáreas con un par de decenas de animales sin una brizna de hierba, y otros tantos, que mutaban milla a milla hacia granjas industriales con cientos de miles de cuerpos al sol, como un infinito borrón de topos blancos y negros destinados a alimentar a toda prisa al país de la hamburguesa.
Conduciendo a través de esas tres o cuatro imágenes constantes, casi atropello a un perro que se lanzó frente al Ford Fiesta que circulaba por el asfalto a unos 90 kilómetros por hora. El resultado fue un acto reflejo, un golpe de volante, un desacelerado nervioso. No os imagináis cómo dos segundos podían haberme destrozado un viaje tan épico…En serio. Esta vez, en cambio, llegué al fondo de la cuestión: era la mascota de un sureño que me seguía en una pick-up a unos cuantos metros de distancia, alguien a quien no le pareció preocupar demasiado que casi arrollásemos al perro que salía a saludarle efusivamente a su vuelta.
En definitiva, acordamos que en todos lados cuecen habas; y en el sur de la Unión, a veces las acompañan de escasa empatía y exceso de carne. Son escenarios de espuelas, rodeos y quijadas desecadas al sol y lanzadas contra un capó o un maletero; donde todos zampan chuletones de dos kilos a media mañana y se preguntan por qué California sufre una sequía infranqueable bajo el lema: Get a drop free! O algo así.
Es una imagen, claro. No un todo. Porque una vez has visto eso, lo difícil es no simplificar; comprender que hay millones de personas que también allí quieren cambiar su forma de vida, proponer modelos alternativos, cambiar de conducta; por nuestra parte, en lugar de mantener una crítica férrea, deberíamos asumir que no lo estamos haciendo mejor.
Cuando te enfrentas, en directo, a ciertas representaciones del mundo, todo se vuelve mucho más complicado. En el país de las libertades, sus habitantes buscan un buen plato de carne cada pocas horas, mientras, miles de animales mueren cada segundo para el menú del día siguiente y, mientras tanto, un par de publicistas se preocupan por la salud de tus mascotas.
Por todo ello, quizá parezca una tontería inquietarse por cómo el humo de un cigarro puede afectar a nuestro colega de cuatro patas, ya que no nos preocupamos en la misma medida por destruir la tauromaquia, el maltrato animal o similares; ellos tampoco.
Con todo esto en la cabeza, garabateé en sucio estas ideas y me acordé de Let’s Adopt, una organización animalista de alcance internacional que atiende casos de extrema gravedad, como los de Tidus, Ava o Betsy y, al menos en España, no permite que los fumadores adopten a los animales que ofrecen en adopción. Aunque parezca difícil de creer, la organización ha sido fuertemente criticada por esto; los argumentos más oídos son que no es algo tan grave, que puede haber buenas familias de fumadores o que, directamente, es un requisito idiota.
Sin embargo, lo que esta gente debería preguntarse es otra cosa: hay miles de protectoras con casos igual de graves que estos que no consiguen miles de solicitudes de adopción al día; ¿de verdad queremos ayudar a un perro o las apariencias son todo lo que nos importa? ¿De verdad queremos ayudar a los animales o solo nos interesan algunos animales? ¿Importan todos los perros o solo algunos perros? ¿Y el resto de animales? ¿Qué derechos tienen otros animales?, ¿y los animales destinados al consumo?
No podemos cambiar nuestro mundo en un día; podemos ser consecuentes con lo que pensamos y con cómo actuamos; a partir de ahí, seguir avanzando. Nunca prostituir un ideal porque hay cosas más importantes delante; tampoco creer que tenemos potestad para criticar la paja en el ojo ajeno si no luchamos con la misma intensidad por derrotar tanto la viga como la paja del propio.
[1] Esto… Más o menos, sería: “Vamos a empezar a tratar a nuestros mejores amigos como mejores amigos.“