Cinco horas y media de coche con el maletero a reventar y dos niños pequeños. Al llegar a nuestro destino, mucho calor, ganas de desembarcar todos los bártulos y nervios por empezar a disfrutar. Dos horas después, ya situados y tirados en la piscina, el mayor suelta la bomba: “¿Cuándo volvemos a casa?”
Las vacaciones son algo que nos hacen una ilusión loca a los padres y que creemos que los niños van a compartir ciegamente con nosotros. Pero su visión del mundo es muy diferente, y también de las vacaciones. Casi me caigo de espaldas cuando el mayor nos preguntó, después del viaje y de estar una hora descansando en la piscina, que si en la vuelta a casa podría ver dibujos en el coche. Y más al verle la cara de angustia que se le puso al enterarse de que íbamos a estar en ese camping una semana.
Su cara de felicidad al volver al hogar lo ha dicho todo: más casero, imposible. Ya nos lo venía diciendo, echaba de menos su camita y sus juguetes y no le habría importado volverse a casa desde el primer minuto. Por dejarlo claro, hemos estado en un camping genial de la Costa Brava, no en un campamento de trabajos forzados.
Pero aparte de eso, sabemos que ha disfrutado de estos días en familia en la playa. Han sido días de piscina y mar, de inventar historias tumbados en el jardín mirando las estrellas, de ver anochecer en la orilla, de recoger conchas y seguir el rastro de las huellas de las gaviotas en la arena. ¿Cómo no podría haberlo pasado bien?
Pero si le preguntas, él no recuerda esos momentos. En su memoria están otros completamente diferentes y que nos hacen saltar la risa cuando lo relata a un tercero: ha dormido en la cama de arriba de una litera, le ha encantado el tractor que alisaba la arena de la playa por la mañana y por la noche y ha comido pollo asado en el porche. Ah, y recuerda que estuvimos en un restaurante que tenía muchas escaleras y que me dio un buen puño (jugando) en una pelea en la playa.
No se acuerda de aquella maravillosa cena de marisco en Sant Martí d’Empúries después del paseo en familia, ni de cuando su hermana se arrancó a gatear con velocidad por el suelo de nuestro bungalow, ni de la puesta de sol del primer día. Pero no puede olvidar cómo se subía a la pila de hamacas de la piscina para jugar a barcos piratas y que el helado de pitufo del camping llevaba ositos de gominola por encima.
¿No es maravilloso tener esa visión tan inocente y sencilla de la vida? Así, no me extraña que no necesite vacaciones, su día a día ya es de por sí increíble.