Esto de los negros literarios no es algo nuevo, sino que es un oficio que se ha existido desde siempre. Uno de los casos más conocidos es el de Alejandro Dumas, que llegó a tener decenas de negros literarios, como Auguste Maquet que «colaboró» en la escritura de Los tres mosqueteros o el conde de Montecristo, atribuidas solamente a Dumas.
Y esto no es todo. Es tal la importancia del nombre de autor que en algunos casos, solo para aprovechar el éxito de algunos autores, los hay que han «resucitado» y que publican libros desde la tumba. Sí, sí, no me lo estoy inventando. Es el caso de Robert Lundlum, quien después de su muerte en 2001 ya ha publicado 25 novelas y el de V. C. Andrews, que lleva unas 50 novelas póstumas. En este último caso, en un principio se dijo que eran manuscritos inéditos, después, anotaciones que un autor anónimo completaba y finalmente se descubrió que era obra de Andrew Neiderman. Pero, nada, a pesar de que se ha descubierto todo,...¡sigue firmando con el otro nombre!
Me repito, lo sé, pero es que es increíble la importancia que se le da al nombre de autor. Antes, si un autor era anónimo no había ningún problema, claro la mayoría de los manuscritos lo eran, lo que importaba no era quién había escrito X novela, sino qué decía esa novela. Ahora ya no es así, necesitamos saber a todo costa de dónde viene, quién la ha escrito, cuando, en qué circunstancias y basándose en qué: la calidad del libro dependerá de todo esto. Y es que si por accidente o por voluntad explícita del autor se llega al anonimato, enseguida nos pondremos manos a la obra para tratar de descubrir quién se esconde tras esas letras.
Fotografía exclusiva de Lemony Snicket
Vale, sí, acabo de decir que no se pueden escribir obras anónimas, que necesitamos conocer a su autor, pero a veces este no se llega a conocer nunca y es mejor así. Hay autores que usan el recurso del anonimato para mantener la coherencia con la obra, como es el caso de El libro sin nombre (donde el autor en teoría no existe); en otros casos, el autor se esconde bajo el nombre de uno de los personajes del libro, como si autor y personaje fueran el mismo (como con la colección de Geronimo Stilton o Una serie de catastróficas desdichas, de Lemony Snicket).
Por otra parte hay autores que hacen uso de seudónimos, no con la intención de esconderse, sino de crear un nuevo nombre de autor, de manera que se les identifique con un género diferente o un estilo de escritura distinto. Es el caso de la escritora J. K Rowling, la cual, en un intento de alejarse de la imagen que se tiene de ella como escritora de la saga de Harry Potter usó el seudónimo de Robert Galbraith. Otros autores, utilizan heterónimos para separarse de diversas ideologías, como es el caso de Pessoa, que llegó a tener decenas de seudónimos diferentes.
Llevo un buen rato que si nombre de autor por aquí y nombre de autor por allá, pero, de verdad, a quién le importa realmente quién es el autor de un libro? No debería importarnos porque en el fondo nunca llegaremos a conocerlo, porque el autor que nosotros vemos no es más que una construcción que hemos hecho a partir de lo que ha escrito. Y si no, pensad en alguna obra que os guste y de la cual no habéis visto el rostro del autor; luego, comprobad si la imagen mental que tenéis se corresponde con la realidad.Un ejemplo, yo imaginaba a Brandon Sanderson como un hombre enjuto, seco, tirando a calvo, de entre 50 y 60 años de edad, sin gafas,...y al buscarlo, absolutamente no es para nada como imaginaba. ¿Os ha pasado lo mismo? ¡Espero leer vuestros resultados en los comentarios!