Revista Opinión

Cómo vivir en el intento, al margen de la cordura

Publicado el 22 junio 2014 por Icastico

Pertenezco al e-homo esa especie desarrollada en el cautiverio de la “red” e inadaptada para vivir fuera de ella, si una cualquiera “se cae” nos aboca a una cárcel llamada antes libertad, nos estremece. Ahora la vida viene en conserva, saturada de aditivos (adictivos) y antioxidantes, para evitar echar de menos la de hace nada. Llegamos hasta lo que ahora somos tomando un atajo peligroso, plagado de todo y que no sabemos donde acaba, esa es la amenaza, toda especie la tiene. Una vida virtual. Un sucedáneo perfecto y “barato”, de nada vale cuestionarse si es bueno o malo; la especie no elige, acata la evolución y desaparece.

Estamos entretenidos en la “WWW”, sirviendo muy bien a otras causas (si las conociéramos nunca serían las nuestras). Poco tiempo para pensar, mucho para el me gusta y comparto (no me importa si lo haces con esto), repartiendo “arrobas” solidarias como píldoras para una conciencia inquieta. Pero hay cosas que nunca cambian, internet no te evita comer ni eludir tus visitas al váter, el mejor pellizco a la realidad, una bofetada poco virtual.

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Mientras tanto, ahí fuera, en la vida real, nos fabrican agonías para cobrarnos el sufrimiento, cuando salga más rentable morir la eutanasia cotizará en Bolsa. Oigo que hay más solidaridad en la desgracia que en la riqueza, lógico, los ricos se cuentan con los dedos de un ciempiés y viven todos en el mismo templo, que bien pudiera llamarse la casa de la moneda. Fuera ya se hacen pinchos a la indigencia (no es una receta). Para dormir en la calle conviene hacer un master en faquires, otro negocio para los que viven a costa de los que sobre-viven (este sobre viene vacío), habrá que morir de pie, como los valientes, pero sin su gloria (la pobreza no tiene buena reputación), será un lujo fallecer tumbado, aunque el lecho sea de cemento o piedras.

La vida, ahí fuera, no está en los “ovarios de gallardón” (no es una enfermedad del ovario, sino un delirio de la mente). Vale más un “vivo” sin nacer – quizás la mejor vida – que un nacido que no vive, los que caen en el olvido, ese campo de exterminio del que es cómplice el silencio. “Lejos de la vista, lejos del corazón”. Refinada crueldad, esa que obliga a una mujer a parir un desahuciado. Ahí fuera, el taper más grande que existe se llama contenedor (verde), un pequeño autoservicio presente en todas las calles. Aun acabarán los pobres odiando las revueltas ciudadanas porque en ellas prenden fuego a las despensas de su sustento.

En los hospitales se alojan enfermos a granel, enfermos “genéricos”, que salen más baratos, las camillas con sus pacientes no descansan en habitaciones, se exponen todas juntas en el mercadillo de la vergüenza, al que no asiste la dignidad. En los colegios hay más hambre de comida que de saber, la educación bien aprendió que primero es la obligación y luego la devoción. La única cadena que nos puede hacer libres es la del conocimiento y por eso mezclan trabas con eslabones.

Y qué decir de los amos de nuestros destinos terrenales y espirituales que con la ayuda inestimable de la prensa ponen de moda los “gestos”, tantos hacen que no disponen de tiempo para las verdaderas acciones. El gesto es el humo de la buena voluntad (cuando la hay), el placebo de la esperanza. Las buenas palabras no despeinan a quien las esparce, mientras vuelve calvos a quienes esperan que se hagan realidad. Los gestos, a veces, se golpean entre si y se matan; ocurre, por ejemplo, cuando el Vaticano es el primer destino de un rey poco después de jurar cumplir una Constitución, laica.


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