La brevedad de la vida me hace pensar en nuestro «final»: la extensión de nuestros días y la rapidez con que pasan (v. 4), un sentimiento que se hace más real a medida que nos acercamos al final de nuestra vida. Este mundo no es nuestro hogar; aquí somos extranjeros y peregrinos.
Sin embargo, no estamos solos en el viaje. Somos forasteros y advenedizos con Dios (39:12), un concepto que torna esta travesía en algo menos inquietante, menos atemorizante, menos preocupante. Atravesamos este mundo para entrar en el próximo con un Padre amoroso que nos acompaña y nos guía permanentemente. Aquí en la Tierra, somos extranjeros, pero nunca estamos solos en el recorrido (73:23-24). Tenemos a Aquel que afirma: «Yo estoy con vosotros todos los días» (Mateo 28:20).
Podemos perder de vista a padre, madre, cónyuge y amigos, pero siempre sabemos que Dios está caminando a nuestro lado. Un antiguo adagio lo expresa de este modo: «Ir bien acompañado hace que el camino parezca más fácil».
Mientras recorres el cansador camino de la vida, deja que Jesús levante tu pesada carga.
(Nuestro Pan Diario)