Fomentamos la competición sin saber que es el origen de gran parte de los males que padecemos. La fomentamos en la familia, en el colegio y en el trabajo… Continuamente, constantemente, indiscriminadamente… Tenemos más personas frustradas, resentidas y enfadadas que personas felices. Y así nos va.
Para entender como la competición genera violencia hay que contemplar un elemento clave: a los perdedores. Si uno gana y el resto pierden. Y el que pierde es un looser, un maldito perdedor, un autoseñalado por la decepción de quien no ha cumplido unas aspiraciones sobrevaloradas. Así el perdedor se frustra, no le queda nada más que enfadarse o resentirse.
Yo apuesto por una educación que no clasifique en buenos y malos, en ganadores y en perdedores, sino que nos enseñe a descubrir los talentos de cada uno y a brindarles la oportunidad para manifestarlo.
Una educación que nos proporcione la seguridad suficiente como para no odiar lo diferente por el solo hecho de ser diferente, que no nos permita creernos mas que los demás y que nos haga entender que no tenemos derecho a hacer sufrir a nadie bajo ningún pretexto y en ningún momento.
Leído en Educando contra el terrorismo de Tomás Navarro
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