Hace unos meses hablábamos en nuestro blog sobre el acto de presentación del libro «La utilización temporal de los vacíos urbanos» (en catalán, «La utilització temporal dels buits urbans»), publicado por la Diputación de Barcelona para iniciar la Sèrie Urbanisme i Habitatge y compuesto por un sumario de las distintas intervenciones –y la adición de algún artículo, de autores como Mara Ferreri o Fran Tonkiss– en el curso de mismo nombre organizado por CUIMPB a finales de noviembre de 2014.
Entre estas aportaciones, dentro del capítulo E «Las visiones de los agentes», se encuentra nuestro artículo «Complejidad y facilitación en la negociación urbana» (en catalán, «Complexitat i facilitació en la negociació urbana») que reproducimos a continuación en el blog.
Nuestras ciudades languidecen ante la falta de actividad. Se marchitan entre edificios vacíos y plazas sin vida. La burbuja inmobiliaria extirpó de nuestras urbes su esencia, al convertirlas en meros objetos de consumo, en fatídicas coartadas para la especulación. El urbanismo (una tergiversación del mismo, más bien) ofreció la complicidad técnica necesaria para que ese proceso tuviera lugar, mientras llevaba al extremo sus preceptos higienistas: la desenfrenada normativización aplicada a edificios y espacios públicos terminó por expulsar a la ciudad de la propia ciudad. La exaltación de la estética hizo de nuestros entornos construidos lugares inhóspitos y antisociales, dirigidos exclusivamente al tránsito y al consumo. Algunos de los resultados más palmarios de esa perversa ecuación fueron los miles de edificios públicos y locales comerciales vacíos, así como todas las reformas duras de nuestras plazas. Llegados a este punto, ¿qué podemos hacer desde la arquitectura y el urbanismo para enmendar la plana? ¿Cómo podemos revivir estos tejidos inertes que hemos heredado?
Este nuevo escenario en el que a algunos equipos nos ha tocado iniciarnos profesionalmente exige repensar los instrumentos y lógicas que rigieron el devenir de la arquitectura y el urbanismo en las décadas pasadas. Un cambio de mentalidad que requiere, evidentemente, de nuevas herramientas y metodologías; de nuevas formas de pensar y actuar. En definitiva, de lo que se trata es de reinventar el rol de arquitectos y urbanistas en aras de una construcción más democrática de la ciudad y el territorio.
Resulta imprescindible recuperar el valor social de las prácticas urbanísticas y arquitectónicas. Es decir, es importante que, como colectivo profesional, seamos capaces de poner a disposición de la sociedad civil nuestros conocimientos y herramientas para favorecer transformaciones sociales, reconsiderando nuestro papel desde una perspectiva colaborativa. La arquitectura y el urbanismo tienen que empezar a ser prácticas abiertas y transversales que den respuesta a las necesidades de los agentes que operan en el territorio. De modo que la tradicional figura del «genio creador» vaya dando paso a la de promotor de procesos colectivos de transformación urbana o territorial en la que se garantice la comunicación entre los actores. Esto pone de manifiesto la necesidad de equipos que desarrollen la labor de interlocución y facilitación de los procesos: así emerge la figura del facilitador, agente externo que promueve los procesos y es capaz de poner en diálogo perspectivas divergentes y a menudo contrapuestas, transformando las reclamaciones en estrategias propositivas y poniendo en marcha herramientas y canales de diálogo nuevos que agilicen los procesos.
La negociación urbana
La ciudad y el territorio son espacios complejos en los que intervienen numerosos agentes e intereses, muchas veces contrapuestos. Por lo que tenemos que empezar a ser capaces de incorporar todas las perspectivas (sectoriales y disciplinares) dentro de un marco integral que dé una respuesta eficaz a las problemáticas urbanas. Para ello tenemos que impulsar procesos de negociación urbana entre los tres grandes grupos de agentes que operan sobre el territorio: ciudadanía, Administración Pública y proveedores, conjunto de actores que abarca desde las empresas privadas que aportan servicios, productos y soluciones tecnológicas hasta aquellas entidades que aportan conocimientos y saberes como pueden ser las universidades o las entidades científicas.
De este modo la idea del facilitador o mediador se plantea como un equipo imparcial que haga de interlocutor y garantice la comunicación entre los actores. Pero no se trata de un elemento que permita apaciguar los conflictos urbanos en aras de los intereses de un grupo de presión concreto, sino de un equipo que sea capaz de canalizar las energías en la construcción colectiva de un proyecto común de ciudad desde una perspectiva integral. Y ahí, la participación y la transversalidad son fundamentales. Además, en este caso ambos conceptos tienen distintas derivadas.
Participación y transversalidad
En primer lugar, la inclusión del tejido vecinal en los procesos de decisión se muestra no solo como un condicionante ético, sino como una necesidad básica para que los esfuerzos políticos y económicos resulten efectivos. La facilitación de la que hablamos aquí no solo tiene que ver con impulsar la participación social y el empoderamiento comunitario, sino con poner a disposición de la ciudadanía herramientas y metodologías que le permitan articular propuestas técnicas concretas. Es decir, como facilitadores tenemos que ser capaces de traducir las protestas en propuestas. Así, la capacidad técnica de dichos equipos permitirá traducir la información ciudadana en proyectos técnicos específicos, generando confianza entre los diversos actores y dando respuestas creativas a las distintas actividades y acciones que se vayan a desarrollar.
En lo que a la transversalidad aplicada a la facilitación se refiere, conviene destacar dos ámbitos. Uno que tiene que ver con los agentes implicados y sobre la que ya hemos hablado más arriba; y el otro, relativo a la ruptura de la estanqueidad de los saberes. Lo que se traduce en interdepartamentalidad por una parte, y en la transdisciplinariedad por otra.
El primer término alude principalmente a romper con la consabida departamentalización interna de la Administración Pública. De esta manera, el trabajo interdepartamental debe incorporar estrategiaspara una colaboración entre diferentes departamentos con un doble objetivo: que tenga un carácter integral, fomentando así una dinámicas intersectoriales dentro de la Administración Pública; y que se puedan diversificar las cargas económicas incorporando o reinterpretando programas y presupuestos, permitiendo viabilizar las estrategias de regeneración proyectadas. Si queremos que el urbanismo se rija por una perspectiva integral no puede depender de la «ventanilla única». Tenemos que integrar en los proyectos urbanos a diferentes áreas o departamentos de la Administración y hacerles colaborar: Urbanismo, Asuntos sociales, Movilidad, Promoción Económica, Medio Ambiente, Participación Ciudadana, Comunicación, etc.
Mientras, el segundo concepto alude a la inclusión y convergencia de las diferentes perspectivas disciplinares desde el origen mismo del proyecto: para resolver los problemas que atañen a la complejidad de la ciudad y el territorio resulta imprescindible incorporar diferentes visiones disciplinares. Por lo tanto es necesario impulsar procesos creativos que las aúnen desde el origen y establezcan una correlación de fuerzas entre ellas, sin caer en la habitual dominación de la perspectiva urbanística-arquitectónica.
Una vez definido un marco conceptual general, conviene entrar en competencias concretas. Así, desde nuestra propia experiencia, el equipo profesional encargado del proceso que actúe como facilitador llevará a cabo principalmente las siguientes tareas:
- Actuar como interlocutor independiente entre ciudadanía (formalmente organizada o no), técnicos y políticos, estableciendo mecanismos para el entendimiento mutuo y la generación de consensos.
- Diseñar dinámicas, estrategias y espacios para relacionar las visiones y aportaciones realizadas por los distintos agentes que operan en el territorio.
- Traducir la información ciudadana en propuestas técnicas para diseñar y ejecutar en el avance.
- Coordinar a las distintas Áreas de Gobierno implicadas en el proceso.
- Dar respuestas creativas a las distintas actividades, propuestas y acciones a desarrollar durante el proceso.
- Documentar los procesos, materializando las necesidades y las propuestas en documentos dirigidos a los distintos técnicos de las áreas de gobierno involucradas.
En este sentido, los facilitadores, equipos técnicos que ejercen de mediadores entre los diversos actores que operan sobre las ciudades y el territorio, serán capaces de transformar las demandas y reclamaciones ciudadanas en propuestas que respondan a la complejidad e integralidad de la realidad sobre la que actuamos para evitar que se vuelvan a repetir los excesos y las disfunciones urbanísticas heredadas de los años de la burbuja inmobiliaria.
Créditos de las imágenes:
Imagen 01: Esquema de stakeholders urbanos (fuente: Paisaje Transversal)
Imagen 02: Taller de participación en el #ParqueJH de Torrelodones (fuente: Paisaje Transversal)
Imagen 03: ¿Qué son las DOT? ¿Cómo, cuándo y dónde participar? (fuente: Paisaje Transversal)