Aunque el número de nuevos diagnósticos de sida desciende cada año en España, y la Comunidad Autónoma de Castilla y León no es una excepción, resulta peligrosa una cierta relajación en la prevención de la pandemia. Hay motivos claros para pensar así: aumento de población extranjera, considerable retraso en el diagnóstico que perjudica el tratamiento y un cierto pasotismo en el comportamiento.
De hecho, en Castilla más de la mitad de los casos de sida son detectados a los diez años de la infección. En cuanto a la evolución del porcentaje de nuevos casos detectados, puede observarse una disminución de los usuarios de drogas inyectables, que han pasado en la última década de representar el 76% de los casos al 35% en el año 2009; mientras la transmisión sexual ha aumentado: del 6% al 38% de transmisión heterosexual y del 7% al 19% la homosexual.
Podemos saber mucho sobre el sida, pero mientras no haya un decidido cambio de comportamiento no se detendrá esta enfermedad. Es curioso comprobar que, a pesar de las enormes sumas de dinero invertidas en esta plaga, no se ha conseguido erradicar el problema. Todo parece indicar que los últimos avances de la farmacología parecen obcecadamente dispuestos a suplantar la naturaleza y a anular las voluntades. Lo cual no deja de ser un craso error. Hace unos meses leía las declaraciones de la Doctora Durban, Directora del Centro Biomédica de Africa, en Kenia, manifestando que miles de millones de dólares son desperdiciados en la investigación de una vacuna contra el VIH/SIDA, cuando existen muchas más necesidades urgentes de salud de los africanos. Pueden resultar chocantes estas palabras, pues no se ajustan el guión preestablecido, ni a lo políticamente correcto. Pero es alguien que sabe de lo que habla, y dice la vacuna más eficaz en Africa es un vaso de agua potable.