Las empresas saben que el compromiso es uno de sus activos más preciados y luchan con uñas y dientes por conseguirlo, los intentos por alcanzarlo suelen verse nublados por decisiones impopulares que tiran a la basura cualquier tipo de esfuerzo. Eso de que las personas son el mayor activo de las empresas es un eslogan que suena genial, pero pasa a un segundo plano cuando la triste realidad se impone: EREs, restricción de condiciones, otras medidas de recorte,...
Cuando pienso en el compromiso trato de destripar las reglas que lo rigen y alimentan, reglas perfectamente observables en nuestras relaciones de amistad o pareja. En ellas reside el secreto de las bases del compromiso: creer, compartir, predicar con el ejemplo, estar dispuesto a dar más de lo que se recibe, sacrificio, esfuerzo,... y otras características que dejo a tu elección. Tú mejor que nadie sabes lo que necesitas para comprometerte con una causa.
¿Por qué resulta tan difícil aplicar todo ello en nuestros entornos de trabajo?. El mundo de las normas sociales es muy poderoso, en él estamos dispuestos a dar sin esperar nada a cambio. Uno de los principales inconvenientes que encuentran las empresas es que tratan de ponerle precio a estas cosas, y cuando le pones precio a las cosas, el mundo de las normas sociales pasa a un segundo plano. Siempre que el dinero entra en escena, el compromiso se esconde y es el precio el que manda. De nada sirve medir el compromiso cuando el dinero está de por medio, porque cualquier respuesta estará sesgada a favor de lo que uno quiere escuchar.
Buscamos cuantificar algo que no se puede medir, porque sólo se puede vivir. El compromiso es algo auténtico que sucede cuando las relaciones son genuinas, cuando ambas partes persiguen un objetivo mutuo, en el que el bienestar de los unos y los otros suponga el bienestar común. Siempre he creído que el compromiso surge de una manera espontánea, no forzada ni planificada, y esto supone vivirlo de una manera real, no fingida. Las personas venimos con la intuición instalada de serie, y es precisamente ésta la que nos permite diferenciar la realidad de la mentira. Cuando una empresa simula escenarios en los que el compromiso es sólo una estrategia a través de la cuál conseguir un beneficio económico, es difícil que las personas se suban al carro y decidan empujar el mismo.
Nos falta autenticidad y verdadera vocación profesional. Hemos construido un sistema desprovisto de un interés real por las personas, y eso hace que conseguir el compromiso sea tan difícil. Tenemos muchos sistemas como ejemplo donde el compromiso funciona de una manera real, en ellos podemos encontrar respuestas. La respuestas no son universales ya que cada realidad es distinta, eso es lo interesante del tema, que exige echarle imaginación y pensar en la mejor forma de encontrar ese tesoro que reside dentro de las personas, un tesoro que tiene la llave de la creatividad, de las ideas, de la solución a los problemas que nos atenazan.
Nos queda un largo camino por recorrer, un camino que pasa por dejar de lado el corto plazo, por pensar en que lo que realmente necesitan las empresas se construye día a día y donde la incoherencia es el enemigo público. Decir algo y hacer lo contrario es una apuesta perdedora. Prudencia, respeto, transparencia o coherencia son algunas de las bases de la fórmula. Parece sencillo pero no lo es, no lo es porque las reglas las escriben personas que no piensan de esta manera. Nuestra obligación y deber es ayudarles a acertar. ¿Te apuntas?.
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