Oler mi propio aroma me tranquiliza. Es como entrar en contacto conmigo mismo en un momento en el que desearía estar completamente solo y concentrado.
En medio de la oficina, en medio de la gente, bajo la presión diaria del trabajo huelo mi mano derecha, mi mano izquierda y luego los brazos.
Aspiro profundamente y alcanzo un poco de tranquilidad para acallar la tensión.
Sé que no somos los únicos. He visto a más gente olerse la mano con un poco de vergüenza o de culpa porque no saben si lo que están haciendo está bien, está mal o es parte de una conducta que los pone al borde de la locura.
Yo francamente tampoco lo sé. Llevo años y años haciendo lo mismo y no creo que por hacerlo esté más enfermos que otros o mi estado nervioso se altere gravemente.
No es lo más estético tampoco es lo más recomendable en juntas directivas o durante entrevistas importantes, pero, hay que admitirlo: es sumamente placentero.
Las compulsiones existen por montones. Hay quien se jala el cabello, hay quien se rasca la nariz o la cabeza, hay quien mueve frenéticamente las piernas. Yo hago, a veces, varias de estas cosas al mismo tiempo cuando estoy muy ansioso o nervioso (que por lo general es muy seguido).
Yo driría que son inofensivas. Lo digo porque no soy experto y porque a veces me dejo llevar por ellas.
Justo ahora, cuando las ideas se quedan a medias me huelo el brazo y las palabras vuelven a fluir. Quisiera pensar que es una especie de magia sin magos, de respuesta inmediata.
¿Cuáles son tus compulsiones?