En esta ocasión quisiera hablar sobre la historia de un amigo mío muy querido.
Mi amigo tenía 2 hijas; una hija propia y una sobrina adolescente a la que crió y amó como una hija.
Un día, esta muchacha, como todos los adolescentes, se enamoró, pero, lamentablemente, su enamoramiento no pasó de una gran ilusión, lo que confundió con amor.
Tan grande fue su ilusión, que cuando el muchacho, su novio, terminó con ella, tomó una terrible decisión, ella se suicidó.
Mi amigo, intentó salvarle la vida, pero no lo consiguió, tan grande fue el dolor que colmó su corazón
Yo no podía describir su pena, porque creía que no podía tener hijos, pasaron 6 meses de ese terrible acontecimiento y hablando del mismo tema con otro amigo en común, me di cuenta y entendí que el dolor de perder un hijo es indescriptible, muy grande y difícil de superar, ya que yo recibí de Dios el milagro y la bendición
Con esto quiero decir, que ahora que soy madre, puedo entender el gran dolor de mi amigo, por esa razón, me parece que como padres debemos ganarnos la confianza de nuestros hijos, aparte del respeto, conversar con ellos, escucharlos, saber sus sentimientos, sus deseos, sus problemas, para poder entenderlos y aconsejarlos para evitar que cometan errores y decisiones irreparables y que actúen de mejor manera.