Con Beevor en el ‘Hay Festival’

Publicado el 29 septiembre 2012 por Joaquín Armada @Hipoenlacuerda

Navegaba por la A6 rumbo a Segovia con el temor del valiente Abraracurcix. Cansado de beber tanta agua, el parabrisas de mi coche se empeñaba en convertirse en una nube de niebla, pero hasta aquí llegó la épica. La de verdad, la auténtica, estaba contenida en el mamotreto que llevaba en mi mochila rumbo a mi cita con Beevor, una nueva historia de la Segunda Guerra Mundial de 1.200 páginas que acaba de editar Pasado & Presente con  precio precrisis, cuando nadie decía la terrible frase jíbara: “con la que está…”.

Los libros se compran para regalarse y los 39 euros del nuevo Beevor son una barrera más infranqueable que el Muro Atlántico de Hitler. “¿Cuánto cuesta?”, oí que preguntaba una señora a un librero. “39 euros”. “Oh, demasiado, él no se lo merece”. Y el desconocido ‘él’ acabó con una novela de 20 euros que la señora quería leerse. Pero los fanáticos que sorteamos la tormenta y llegamos a la iglesia de San Juan de los Caballeros con el paraguas en una mano y nuestro ‘tocho’ Beevor en la mochila creemos que sí nos merecemos este libro.

Como hace en sus mejores obras – ‘Staligrado’ y ‘Berlín’ -, Beevor comienza su titánica historia con el relato de un hombre, el soldado de la mirada perdida cuya foto ilustra estas líneas. Viste el uniforme de la Wehrmacht, pero lo que ignora el estadounidense que apunta su nombre en la lista de prisioneros es cuántos uniformes ha llevado antes. Yang Kyoungjong es coreano, pero en 1938 le reclutaron sus invasores japoneses. Un año después los soviéticos le capturaron y le enviaron a un campo de concentración. Yang sobrevivió y en 1942 le convirtieron en soldado del ejército rojo. Una vez más, perdió y fue apresado  por los alemanes, que ya sabemos qué hicieron.

Apuesto a que Yang ya se veía con el uniforme estadounidense cuando le hicieron esta foto, pero afortunadamente para él su historia de desamor con los militares acabó aquí. Hay que tener mala suerte para que te capturen tres veces, pero también mucha, muchísima buena suerte para sobrevivir a tres batallas terribles: Khalkhin-Gol (1939), Kharkov (1943) y Normandía (1944), y salir, aparentemente, sin un rasguño. Es en la primera batalla, apenas conocida hasta ahora, donde para Beevor comenzó realmente la Segunda Guerra Mundial. Y qué mejor historia que la del viajero Yang para acercarnos a ese violento combate entre soviéticos y japoneses.

Afirmar que la Segunda Guerra Mundial comenzó en realidad en mayo de 1939, en un lugar tan alejado de Polonia como la estepa de Mongolia puede parecer un ardid literario para justificar una nueva historia de la Segunda Guerra Mundial. ¿No está todo contado y recontado? Pues seamos heterodoxos y cambiemos la fecha  y el escenario de inicio. Pero la justificación de Beevor no carece de base. En Khalkhin-Gol, los soviéticos destrozaron al arrogante ejército japonés. Su derrota fue tan aplastante que cuando Hitler les pidió en 1941 que atacasen a los soviéticos, los japoneses se pusieron a silbar y a mirar hacia el lado opuesto: el Pacífico. Hundir la flota estadounidense les pareció mucho más fácil.

Y durante 8 meses lo fue, hasta que llegaron Midway y Guadalcanal. Cuando la guerra se convirtió en una lenta e inevitable derrota, los japoneses comenzaron a devorar literalmente a sus prisioneros. Y no fue una práctica improvisada. Ésta es la segunda gran novedad del relato de Beevor, demostrar que el ejército japonés convirtió el canibalismo en un método organizado de supervivencia y cómo los altos mandos aliados descubrieron el crimen y lo encubrieron incluso cuando la guerra ya había acabado. ¿Justifican estas dos novedades los 39 euros del nuevo Beevor? Quizá no, pero, palabra de exlibrero, los libros se compran para regalarse. Por eso esta entrada, que ya empieza a alargarse, termina con otra conversación robada.

Interior día. Iglesia de San Juan de los Caballeros, uno de los mejores escenarios del ‘Hay festival’ de Segovia. La charla entre Antony Beevor y Agustín Díaz Yanes ha pasado volando. La veintena de fanáticos ya tenemos nuestro libro firmado y hacemos cola para devolver los auriculares de la traducción simultánea. Nuestra sonrisa nos delata, pero delante de mí hay dos hombres que no sonríen. No se lo han pasado tan bien como yo y la mayor parte de las más de 200 personas que han llenado la sala.

  • Aburrido uno: “¿Éste tipo es el de ‘La caída’, no?”
  • Aburrido dos: “Pues no lo sé”.
  • Aburrido uno: “Sí hombre, la historia de Hitler en su búnker. Si hicieron una película  y todo”.

 Antes de que los dos comiencen a bostezar, llega la mujer de ‘Aburrido uno’.

  • Amante inmerecida: “Toma”
  • Aburrido uno: “¿Y esto?
  • Amante inmerecida: “Para que lo leas. Te lo acabo de comprar y ¡mira!, ya te lo ha dedicado el autor”.

Inmediatamente recordé a la señora de la librería y su amante desconocido, que sólo se merecía recibir envueltas en papel de regalo las novelas que ella quería leer. ¿Se merecía ‘Aburrido uno’ que su mujer se gastase 39 euros en él?, no, claro que no. ¿Se merecía que le pidiera a Beevor que le dedicase el libro? Aún menos. Pero, si es capaz de sorprendernos, ‘Aburrido uno’ descubrirá la fascinante historia de Yang, el hombre que recorrió más de 9.000 kilómetros, combatió en tres ejércitos y sobrevivió a tres gigantescas batallas. Y creedme, a partir de ahí no dejará de leer este apasionante relato hasta la última página.