Levantarme, mirar alrededor, desechar las últimas imágenes de la pesadilla de turno, poner los pies en el suelo y definitivamente saber dónde estoy, mirar por la ventana para ver los tonos anaranjados del cielo, ir al baño, luego a la cocina a tomarme el primer café del día que va con la primera ráfaga de pastillas, sentarme en el ordenador, leer un rato la prensa en distintas páginas, abrir un software de fotos, empezar a elegir cual será la publicación del día en el fotonauta, abrir el fotonauta, subir las imágenes elegidas, pensar el tema del texto, comenzar a escribir, terminar de etiquetar, poner el título, publicar, ver, corregir, publicar definitivamente.
Así, más o menos, comienzan casi todos mis días. A veces tengo que ir al hospital y entonces la rutina cambia, pero por lo general así es. Esa rutina ya forma parte de mí y la considero necesaria. Para ello hace falta haber ido previamente a tomar fotos para luego procesarlas, clasificarlas y tener donde elegir cada mañana. Si no fuese por la enfermedad podría decir que estoy viviendo una vida feliz, así que el truco es olvidarse de la enfermedad, pero ¿es eso posible? No lo sé. Yo lo intento con todas mis fuerzas y a veces, cuando la actividad que realizo exige mucha concentración, lo consigo pero luego, en algún momento, esa actividad finaliza y me vuelvo a dar de bruces con la realidad en forma de “zasca” gigantesco en toda la boca. Una vez repuesto del “zasca” empieza todo de nuevo.
Así que es entre “zasca y zasca” donde tiene lugar mi vida, un terreno un poco disparatado si se mira bien, pero válido porque funciona para mantenerme activo y feliz. Dormir tampoco funciona porque tengo un montón de pesadillas, aunque es complicado porque en mis pesadillas no tengo cáncer, así que no sé qué es peor la verdad, si esos sueños horribles o despertar con este monstruo dentro de mí. En cualquier caso no ayuda, la verdad. Lo que sí ayuda es mi chica. Ella sí que sabe transmitirme la energía que necesito. Su sonrisa me llena el alma y hace que se me olviden todos mis males. “Tengo que darte la mejor versión de mí” me dijo el otro día. ¿No es maravilloso?
Con este pensamiento me despido hoy. Así me quedo con buen sabor de boca.