Con el apagón despertó el fantasma del 27 de febrero .

Publicado el 04 septiembre 2013 por Jmartoranoster
Por Toby Valderrama y Antonio Aponte (Texto) El fantasma del 27 de febrero recorre a la Revolución y clama por un análisis que lo haga descansar en paz, ser historia, no amenaza. La anterior afirmación puede irritar a los ciegos, de ellos no esperamos sino palos. Hablamos para los sensatos, para los que pueden corregir errores que nos llevan, sin dudas, a la derrota. Es necesario un análisis riguroso de las ideas que nos guían, corregir, aún hay tiempo. Veamos. Los hechos: hubo un apagón, se lo endosamos a saboteo, correcto, estamos de acuerdo. Pero, la pregunta es ¿qué buscaban con el saboteo, qué fuerza pretendían activar, y cómo la Revolución evitó la intención? Según la hipótesis, la reacción pretendía inducir a saqueos, a repetir el 27 de febrero, situación de ingobernabilidad propicia para una intervención interna o externa de fuerzas extraconstitucionales. El gobierno, con mano firme, sacó el pueblo armado a la calle, al Ejército… para disuadir al pueblo sin arma, a la multitud, a la muchedumbre, para evitar otro 27 de febrero y lo logró. Sobre esto se puede discutir mucho, pensar por ejemplo: si hubiese sido tres horas más tarde, si hubiera mordido la noche, qué habría pasado. Se puede hablar de comportamiento cívico, todo es válido, lo que sería un error inmenso es no discutir, despachar la situación como el avestruz. Los analistas nuestros coinciden en que la rapidez y la firmeza del gobierno sacando la fuerza a la calle abortó las intenciones oligarcas, de acuerdo. Pero queda un cabo suelto: dónde estuvo el “pueblo”, dónde sus organizaciones, dónde el polo, los partidos, el PSUV, los movimientos sociales… ausentes, privados, expectantes, nada. Digamos, para decir lo menos, que hubo fallas, y busquemos las fallas, allí en su origen, sin duda en un extravío ideológico, en un error de fondo que de no corregirlo nos costará la vida de la Revolución. Busquemos. El populismo y el anarquismo, propios de la pequeña burguesía y de los marginales, nos han guiado a una especie de endiosamiento de algo difuso que denominamos “pueblo”, éste supuestamente es sabio, “sabrá reaccionar en las emergencias”, sólo hay que transferirle algo también difuso que llamamos “poder”. Para esto lo medio organizamos en unidades egoístas, fragmentadas, las comunas, los consejos comunales, encargados de gerenciar la vida en su entorno. Esta misma ideología es la base de acción en las industrias de Guayana, en Diana, en Lácteos Los Andes. De esta manera dispensamos a los dirigentes nacionales de dirigir, de formar a la base, de concientizarla y organizarla como un tejido social. Es suficiente que bajen los recursos, que fluya la renta en forma de dádivas, sin formar a la conciencia revolucionaria, sin politizar, sin sentido de pertenencia a la sociedad, a lo sumo algún adelanto en convivencia vecinal. El resultado está a la vista, hemos elevado el egoísmo propio del capitalismo, fragmentado la sociedad a niveles extremos, la hemos privado de organización nacional, reducido la política a un torneo de dimes y diretes, de retruécanos, donde gana el más cómico, el más inventador, hemos reducido la política al carnaval electoral que funciona como un ejercicio de marketing propio de las mercancías. Seguimos, como en la cuarta, en un país en el que un apagón asusta. La solución está a la vista, se debe recoger el agua derramada por la ideología anarcoide y marginal, devolverle a la masa el sentido de pertenencia a la sociedad, darle razones sagradas por las cuales luchar, organizarla en tejido social, politizarla, hacer de cada uno un vigilante del bien social, y de los dirigentes nacionales verdaderas referencias. Que el partido, el polo, dejen de ser herramientas electorales, y sean instrumento para organizar la vida fraterna… Sólo así ahuyentaremos al fantasma del 27 de febrero, lo comprenderemos más allá del folklore, la franelita y el regodeo de diletantes.