De entonces acá, millones de norteamericanos guardan en los armarios de sus viviendas pistolas, rifles, metralletas y todo tipo de armamento con el que se entretienen en realizar prácticas de tiro, familiarizar a sus hijos con su uso, ir de vez en cuando de cacería y, en casos extremos, emprenderlas a tiros contra sus vecinos y compatriotas. La última “hazaña” de naturaleza homicida se ha producido el pasado día 1 de octubre, cuando un lunático armado hasta los dientes se dedicó a disparar, desde la ventana de un hotel de Las Vegas, contra el público de un concierto al aire libre que se celebraba en las cercanías, matando a 59 personas y dejando heridas a más de 500. Esa masacre es, de momento, la última perpetrada en un país en el que es sumamente fácil conseguir un arma de fuego y que goza, por tal motivo, del triste privilegio de ser el lugar donde más muertos se producen por disparos en tiempos de paz, sin que medie ninguna guerra o conflicto armado. Es lo que pone de manifiesto las más de 33.000 muertes que se producen cada año por armas de fuego, de las que 1.300 son niños, lo que arroja un balance de casi 100 personas fallecidas cada día, según datos de Compañía Brady. Se trata, por tanto, de un problema de primera magnitud a ojos de cualquier observador.
Y es que es tan fácil comprar un arma, incluso en tiendas y supermercados, que tal parece que los norteamericanos, como corresponde a todo espía de postín, nacen con licencia para matar. Se les brinda constitucionalmente la posibilidad de matar porque la única utilidad de un arma de fuego es matar, no hacer mayonesa. Quien adquiere y porta una pistola lo hace para defenderse de cualquier conducta que considera agresiva mediante el disparo de balas, no para golpear con el arma al presunto agresor. Y disparar, normalmente, casi siempre es mortal. Desde que los primeros colonos se independizaron de Inglaterra y formalizaron las milicias, los norteamericanos adoran las armas de fuego y confían en ellas más que en las Sagradas Escrituras a la hora de enfrentarse a los retos de la vida. Prácticamente, lo llevan en los genes de su fanatismo liberal y en su concepto sacrosanto de libertad. Porque lo relevante del derecho a poseer armas es que limita el poder del gobierno y garantiza la libertad del pueblo a defenderse. Refuerza el derecho de los ciudadanos a defenderse contra los abusos de cualquier tiranía, como de la que huyeron y por la que construyeron un país que, en nombre de la libertad, soporta el precio de los asesinatos indiscriminados entre la población. Prefieren morir bajo las balas a perder el derecho a la autodefensa que les reporta la posesión de armas de fuego. Ello forma parte de su libertad, aunque sea un concepto no comprendido por el resto del mundo.