Imagínese a sí mismo en un barco. ¿Cómo es ese barco? ¿Es una lancha? O ¿es un yate? No tenemos sueños baratos, dice una profunda voz desde la radio de su coche. Y no puede hacer otra cosa más que sonreír. La cuña, como no, vendía ilusión. Un gran producto, el juego, para ser vendido con humor. Porque si se vendiera desde otro punto de vista que no fuera emocional, ¿quién jugaría?
Los expertos mantienen que la probabilidad de que le toque el Euromillones es de 1 entre 116 millones. La esperanza es lo último que se pierde. En estos tiempos de crisis en los que la realidad invita a soñar, a disociarse del entorno, de las malas noticias, todo el mundo anda como loco endlgándole al prójimo las papeletas de la Falla, las del fútbol de los niños, o la participación de una rifa de tal o cual ONG. Todos, incluida ella, las compran a regañadientes con la secreta intención ya no de salir de pobres sino de ser algo más felices. Los gurús de la felicidad siempre dicen que las posesiones no son importantes pero cuando una persona debe elegir entre pagar la luz y comer, tener la nevera llena le calienta el estómago y, de paso, el espíritu.
Foto cortesía de www.lailusiondemivida.com
Ella nunca fue demasiado jugadora. Ahora compra cual autómata después que en 1999 tocara en su trabajo un gordo del cual no llevaba número. La ilusión es tan lícita. Por eso no puede comprender cómo una empresa de Mataró juega así con los sueños del respetable. Sortea la infumable cesta de Navidad que incluye, además de un coche, una moto, y un viaje al Mundial de Brasil de 2014, atención, un puesto de trabajo. El premio gordo.
El contrato es temporal y oscila, depende de la vacante a cubrir, entre los 900 y 1.600 euros. Los responsables han bautizado a la iniciativa como lailusiondemivida.com. Nos hemos vuelto tan pobres que la ilusión de nuestra vida es que el Niño nos traiga un trabajo. Para pagar facturas. Con lo que hemos sido.