Con los cinco sentidos (reflexión veraniega en noviembre)

Publicado el 27 noviembre 2010 por Pepemantero

¿Es que me gustan todos?. El verano, incordios térmicos aparte, es la estación ideal para acabar con los dogmas, particularmente con aquellos que pretenden sojuzgar a la persona, reduciéndola a las mazmorras de lo políticamente correcto. La mejor manera de abolir el dogma, todo dogma, es salir a la calle en estos días. A ver tíos. En bermudas, en piratas, en tejanos, en traje, de cuerpo presente… lo mismo da. Cuando a uno se le alegran las pajarillas, el dogma esclavista se volatiliza, doy fe. Tipos apenas cubiertos con telitas coloridas, alegres, veraniegas. Pies al aire, en toda suerte de chancletas, mínima expresión del calzado; obrerazos sudando al sol de cualquier plaza de cualquier pueblo o ciudad. Mirada furtiva en los dependientes de la operadora móvil cuando vas a preguntar, a que te –digamos- asesoren… Vista.

Olor a protector solar, mezclado con el limpio salado sudor playero. La parejita de chicarrones de la sombrilla de al lado, jugando a la brisca mientras sus mentes retozan la una por la piel de la otra. Me muero de éxtasis. Mi pituitaria quiere escapar de la cárcel de mi cerebro, demasiado filosófico. Quiere volar con ellos cuando se escapan, gráciles, gentiles, en pos del Atlántico de esta superabundante y superdotada Costa de la Luz. El perfume de ambos permanece impregnando la sombra, hace como si ellos no se hubieran fugazmente ido, no estuvieran nadando, preñando de su aroma la mar oceana. Quiero volar con ellos, vampirizo su fragancia. Olfato.

Y sus risas. En cualquier rincón, en cualquier calle, a la vuelta de la esquina, aquí en esta misma rotonda donde sodomizo la wifi casi gratuita de un pardillo cualquiera inadvertido. Adoro sus risas francas, lúbricas, burlescas, tan llenas de vida que explotan e inseminan la atmósfera con la pregnancia de su bendita deseada miasma. Como un canto de vida y esperanza que reduce a ceniza un dogma inveterado, asquerosamente subido a la cresta de una existencia humana reducida a silencio y oscuridad. Oído.

Gusto y tacto vedados a esta humanidad de entendimiento nublado por una gran mentira, la que asegura tener encerrada en el frufrú de sus casullas las claves de la vida, de los dioses y los hombres, de todo. La gran mentira afirma: el sexo es carga, es prisión para el alma, para el espíritu y el pensamiento puros.

Gran mentira desmontada, cada verano al menos, cuando cuerpo y pensamiento intuyen la verdad subyacente que quiere ser yacente viviente latente palpitante al lado del tipo aquel de la esquina, del dependiente, del que mira por la playa, de aquel otro que busca, de la vida.

El sexo es gozo, no carga. El sexo así, encarnado, sin extraños maridajes obligatorios con el amor. El sexo divertido, seguro, maravilloso lenguaje sólo en un porcentaje articulado vía oral. Follad, follad, benditos. Exorcizad el viejo ensotanado casposo rancio inhumano fantasma de la vieja perdición que ni fue nunca ni nunca será, la gran mentira. Fornicad hasta la saciedad y aún hasta después de ella misma. Viva la vida. La muerte es para ellos, para los dogmáticos esclavistas. Chupad, besad, mamad, acariciad, morded, amamantad, montad y sed montados, danzad, fluid, vivid. Así se irá el fantasma, así morirá el dogma.

Con los cinco sentidos, vivid, vivid, benditos. Que el fotoshop del dogma no apague vuestra risa, no amortigüe vuestra verdad, la que os grita al oído que queréis vivir, amar, gozar. Buen verano y buena suerte. Ea.

¡Qué verano, ni peras! Finales de noviembre, un frío que tira para atrás y todo el día lloviendo. Pero me da absolutamente igual. Suscribo lo dicho. Usted lo pase bien.


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