Con los votos no se juega

Publicado el 08 febrero 2018 por José Luis Díaz @joseluisdiaz2

Les comentaba ayer lo bueno y saludable que sería para la democracia que de vez en cuando los partidos políticos pospusieran sus tácticas y estrategias en bien del interés general. Sin embargo, lo que me acabo de encontrar hoy es que, dos partidos que hasta ahora ni a tomar café juntos iban, acaban de conchabarse para cambiar el sistema electoral español. Me refiero a Ciudadanos y a Podemos, el agua y el aceite o, si lo prefieren, la noche y el día. El milagro hay que achacárselo a la posibilidad de que cambiando las reglas del juego, naranjas y morados les hagan un descosido electoral al PP y al PSOE, particularmente en las zonas rurales o en las provincias menos pobladas. En la tarea parece que llevan desde hace meses pero ha sido hoy cuando la portavoz – perdón, la portavoza - de Podemos, Irene Montero, y el de Ciudadanos, Juan Carlos Girauta, se han reunido y han convocado a los medios para comunicarles la buena nueva. Al término ambos han posado para las cámaras y han declarado eso tan original de que “hay muy buena sintonía”.De lo que se trata – dicen los dos – es de atraer al PSOE al acuerdo sin necesidad de tocar la Constitución. Para ello proponen jubilar el sistema del señor D’Hont, que favorece al partido más votado, y sustituirlo por el de Sainte – Lagüe, más beneficioso para los partidos pequeños. Podemos quiere que se pueda votar a los 16 años, acabar con el voto rogado e imponer las listas cremallera que obliga a alternar candidato y candidata o viceversa. Ciudadanos, por su parte, quiere reducir de 2 a 1 el número mínimo de escaños por circunscripción provincial – aquí las provincias menos pobladas perderían peso – y elegir la mitad del Congreso – 175 escaños - por circunscripciones unipersonales de unos 230.000 electores. La otra mitad se elegiría de las listas de ámbito nacional, para cuyo reparto hay que obtener al menos el 3% de los votos en todo el país.  Algunos medios han hecho ya algunas simulaciones por las que, de aplicarse el sistema Sainte – Lagüe en la asignación de escaños, los primeros perjudicados serían el PP y el PSOE y los beneficiados – qué casualidad -  Ciudadanos y Podemos. Argumentan que este sistema es mucho más proporcional en cuanto se acerca al principio de un “un ciudadano, un voto”, algo que conocemos muy bien por Canarias justamene por todo lo contrario, porque pocos sistemas electorales debe haber que se alejen más de ese principio. Así pues, nada hay que objetar a la democrática intención de mejorar la proporcionalidad de la representación política. 
Lo que hace dudar de la sinceridad democrática de estas propuestas, que necesitan al menos del PSOE para prosperar, es la prisa con la que Ciudadanos y Podemos han empezado a venderla para que esté lista en las generales de 2020. Por cierto, es llamativo que ni Podemos ni Ciudadanos hayan puesto el foco en las listas electorales abiertas, una vieja reclamación democrática por la que ambos pasan de puntillas de momento. Cambiar el sistema electoral, en el que se basa algo tan esencial como la representación política, debería ser algo menos precipitado y mucho más meditado por los efectos negativos que pueda tener para la gobernabilidad del país. No es que no sea necesario mejorar la proporcionalidad del sistema, aunque eso también se puede obtener cambiando la circunscripción provincial por la autonómica y evitándonos el lío de las tropecientas circunscripciones que propone Ciudadanos. Un cambio de este calado debe valorar con cuidado sus posibles consecuencias negativas para el funcionamiento general de sistema y no solo los irrefrenables deseos de tocar poder por parte de quienes lo proponen. Ya ven que para eso el agua y el aceite sí son capaces de juntarse.