Allá por el mes de mayo escribí una entrada sobre J.D.Salinger, con la imagen del autor que la lectura del legendario El guardián entre el centeno y Nueve Cuentos había creado en mi cerebro. Iba entonces a enfrentarme a la lectura de la biografía que Kenneth Slawenski publicó tras la muerte del escritor, con el título J.D.Salinger Una vida oculta. Antes de nada, sobre este libro he de decir que su lectura es bastante soporífera, pues está escrita por el artífice de la página web www.deadcaulfields.com, dedicada a la vida y obra del escritor. No se trata, ni por asomo, de un escritor o periodista que decide narrar la historia de un contemporáneo o antigua influencia. De todas formas, desde que leí la introducción, a modo de biografía, de Julio Cortázar de los Cuentos Completos de Edgar Allan Poe, hasta el momento me ha resultado imposible leer con gusto ningún ensayo sobre personaje alguno.
Pero volviendo a Salinger, y una vez que sí tengo noticias de él, resulta que no estaba muy alejada del camino en mis ensoñaciones. Sigo pensando, salvo las distancias de las décadas del siglo pasado en las que vivió, que tenía un toque misógino, pues no se caracterizó por tratar demasiado bien a las mujeres. Bien es verdad que algunas lo traicionaron hasta el punto de mostrar su intimidad al público ávido de noticias sobre el escritor. Pero si algo me ha sorprendido de la biografía de Salinger es el descubrir que sobrevivió al desembarco de Normandía y a los meses de guerra restantes, tema sobre el que, salvo en algunos cuentos, no solía hablar, al menos en público. Celoso de las ediciones de sus libros y traicionado por varios editores, vapuleado por la crítica pero elogiado por los lectores, creo que Salinger se cansó de publicar su trabajo, decidió quedárselo para sí, con la creencia de que esa era la única forma de que pudiera vivir como quería, esto es, en su granja, con las mínimas compañías posibles, alejado de una fama que le pesaba demasiado. La portada de Nueve Cuentos que aquí les dejo, con su sencillez, le hubiera gustado a Salinger, así las quería, asépticas, sencillas y, sobre todo, sin ninguna fotografía suya.