Con la candidatura del francoespañol y catalán Manuel Valls a la alcaldía de Barcelona sabremos si la segunda ciudad española se recupera como primera en cosmopolitismo o se abona a su creciente provincianismo nacionalista y al populismo de su alcaldesa, Ada Colau.
Quien lea lo que escribieron los Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa en los años 1960 y primeros 1970 sobre la Barcelona en la que vivían descubrirá que la definían como el París de la lengua española por su intensa vida cultural, mientras veían a Madrid como un lugar mediocre, sin atractivos más allá de sus museos.
Barcelona era la meta. Allí estaban los editores y las agencias literarias regidas por mujeres, y alrededor crecían otros escritores, editores, agentes, artistas y otros creativos, y con ellos los bares, cafés, los restaurantes a los que acudía la “inteligentzia” española e iberoamericana.
En los últimos años del franquismo la dictadura era allí más suave y algo libertaria, y ya con todas las libertades, en los 1980, Cataluña comenzó a ser gobernada por el nacionalismo.
La célebre Movida madrileña debería haber sido barcelonesa, pero ya comenzaba a mandar el localismo del socialista Pasqual Maragall enmendado sólo temporalmente con los JJ.OO. de 1992.
La ciudad fue perdiendo vitalidad, se hizo segundona frente a Madrid atándose a una hermosa lengua, pero intrascendente en el exterior. Con el independentismo huyen hasta muchas empresas.
Manuel Valls es un exprimer ministro, exdiputado y exalcalde francés. Cosmopolita e internacionalista frente a unos rivales mucho más encerrados y endogámicos.
Si vence en las futuras elecciones para la alcaldía, quizás “Barcelona capital europea”, como es su lema, vuelva a los 60 y 70 ahora en libertad; aunque la Generalidad nacionalista está imponiendo otra dictadura.
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SALAS