Con la aparición del cristianismo, su fundador nombra a los apóstoles y a los discípulos servidores; y a los fieles, el pueblo de Dios; y a la comunidad cristiana, la Iglesia de los pobres. Sus primeras comunidades, ponen al servicio del pueblo los medios necesarios para su desarrollo: evangelización, servicio a los más pobres, a los enfermos, a los desahuciados, a los perseguidos, a los encarcelados, a los extranjeros...Más tarde, en el siglo IV, Constantino, con su conversión, inicia una etapa de una Iglesia rica. Los concilios cambian el nombre de comunidades por el de Iglesia y, en la Edad Media, nadie habla ya de la importancia del pueblo. Es más, se desprecia al pueblo con el nombre de villanos y se le moteja despectivamente con el “de populacho infame”. El mismo pueblo carece de conciencia colectiva.
En el siglo XV, con el Renacimiento, la Iglesia y las comunidades de religiosos y religiosas, proponen restaurar las formas e ideales de la Antigüedad clásica, para llegar a una renovación total: individual, cultural y política. El ideal es el hombre completo.con plena autonomía. Con la revolución francesa en el siglo XVIII, se le da la vuelta a la pirámide y se coloca en la cúspide al “pueblo soberano”. El pueblo acude al Parlamento y, según el lugar que ocupaba, se denominaba con los calificativos de “izquierda, derecha y centro”. De manera que los reyes, los jefes de Estado, los políticos y los gobiernos son los servidores del único soberano que es el pueblo. Para ello, hace falta que el pueblo tenga un mínimo de cultura, de conciencia colectiva y de sentido común. De ahí la importancia de la educación.
Las corrientes ideológicas de los siglos XIX y XX inventan los partidos y ocupan los escaños del pueblo, porque dicen que no caben en el Parlamento. Y la partitocracia, intenta constituirse en los únicos representantes del pueblo. Sin embargo, la democracia, con el sufragio universal y las votaciones, hace que la conciencia del pueblo evolucione, y llegue al siglo XXI deshecha. Y el pueblo pide volver a los principios, a la conciencia colectiva, garantizada por las constituciones de cada país..
En el siglo XX, un papa viejo, el papa Juan XXIII, convoca el Concilio Vaticano II y se vuelve a los pobres y a los que tienen necesidades especiales. El papa; los obispos, el clero y los pastores aparecen como servidores de la nueva Iglesia que se llama de los pobres.. En la Constitución sobre la Iglesia, no distingue al pueblo por las religiones, ni por las razas, ni por la situación social ni política, ni siquiera cultural. Todo el género humano, sin distinción, constituye el pueblo soberano A muchos eclesiásticos les suena mal este nombre y pegan un frenazo al Concilio. Pero he aquí que llegamos al siglo XXI, y otro papa viejo, el papa Francisco, vuelve a hablar de la Iglesia de los pobres y del pueblo de Dios. Y hoy, asistimos a una conmoción internacional, por la que el pueblo comienza también a tomar conciencia de su soberanía.
JUAN LEIVA