Concierto privado a la luz de las velas

Por Davidrefoyo @drefoyo

Soy tan feliz cuando me das tu dolor
Miedo. Los Enemigos Podéis dejar de flipar. Os lo suplico. Bien está lo que bien termina y cuando digo bien, es bien. Aprender a tocar un instrumento en apenas tres meses es una de las aventuras más gratificantes en las que me he embarcado. Me queda mucho por aprender, esa sensación de saber menos a medida que avanzas es maravillosa. Como maravillosos fueron los sentimientos que afloraron durante el concierto. Me dije: es fácil. Aprendes. Ensayas. Tocas en directo. Y dejas esto para siempre. La eterna diatriba de abandonar las cosas a medias me persigue, un halo de leyenda negra que cae sobre mí. Quizá antes estuviera justificado. No voy a abandonar esta vez. Seguiré trabajando. Avanzaré sobre los borrones de la partitura y, poco a poco, me iré haciendo un hueco. Me haré imprescindible. Quizá no vuelva a subirme a un escenario nunca más. Tal vez esta haya sido la locura más bonita de cuantas se me han ocurrido. Tocar veintidós temas, uno tras otro, porque los bises se sucedieron en armonía, porque no queríamos que ese momento terminara nunca. El público entregado. La querencia de los focos. La distorsión adecuada para rockerizar todos y cada uno de los temas interpretados. Los propios y los extraños. Las miradas de admiración entre quienes se enteraron del proyecto. Los amigos, gigantes, que me apoyaron, prestándome su paciencia, su logística, su tiempo. Prestándome el ánimo, el empujón para llevar todo adelante. Saqué el setlist. Toqué las canciones. Dejé mi alma en cada verso que te di, como diría Robe Iniesta. Del primero al último que, curiosamente, fueron el mismo. Me gustan los círculos. Odio las líneas rectas. Por eso pasé de Los Enemigos a Burning y de Loquillo a Pereza. De Nacho Vegas a Quique González. De Fito a Extremoduro. De Rosendo a Sidonie. Una amlagama de entendimientos musicales, de filosofía. De fuerza. Una declaración de intenciones. Cariño, este concierto único, irrepetible y secreto será nuestro para siempre. Convertido en leyenda. Lleno de polvo, en el último rincón de la memoria cuando seamos viejos y miremos el río desde el embarcadero. No te acostumbres, pero cuando no me quede una sola canción para cantarte, escribiré más. Y les pondré música. 
Y después, cuando la conmoción se supere, cuando podamos articular una frase sin nervios ni miradas esquivas, entonces, y solo entonces, te invitaré a bailar todo mi repertorio. Hasta el amanecer. Hasta que tú quieras.