¿Es la implantación de una economía del decrecimiento la única vía posible de evitar la debacle climática?
En mi opinión ese es el gran debate en relación a la búsqueda de soluciones para evitar las consecuencias de la crisis climática que ya estamos padeciendo y que, si no hacemos nada, irá a más, hasta posiblemente acabar con la vida en la Tierra tal como la conocemos.
La economía y el espectacular desarrollo de la sociedad del siglo XX se basó en la búsqueda del crecimiento, tanto a nivel microeconómico (empresas) como macroeconómico (países), como el gran e irrenunciable objetivo que nos proporcionaría riqueza y felicidad. A más crecimiento del PIB, mayor renta per cápita; a mayor crecimiento de las ventas y los beneficios empresariales, mayor valor para sus accionistas. El crecimiento ha sido, y sigue siendo, el motor de nuestra economía y nuestra sociedad.
Romper ese paradigma nos obligaría a repensar todo el edificio sobre el que están construidas nuestras estructuras económicas y sociales. E incluso políticas. Todo, absolutamente todo, está sustentado en la generación de riqueza por la vía del crecimiento.
Plantearnos empezar a decrecer, o incluso limitarnos a detener el crecimiento, supondría poner patas abajo nuestra escala de valores sociales y revolucionar los hábitos empresariales e incluso personales de gran parte (la mayoría) de la humanidad.
Ese es el gran reto. Porque podemos escoger entre dos caminos: o seguimos como hasta ahora, alargando la era del consumo y de la condena al crecimiento, y a largo plazo acabamos con el planeta (y, por tanto, con todo); o revolucionamos nuestro modelo económico, social y político (recolocando a empresas, personas e instituciones en un nuevos marco), para poder salvar el planeta a largo plazo.
Solo si nos atrevemos a hacerlo así salvaremos el planeta para nuestros nietos.