Revista Cine

Condenados: El abrazo de la muerte (Criss Cross, Robert Siodmak, 1949)

Publicado el 19 enero 2015 por 39escalones

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Sin embargo, desde el principio, solo había un camino. Estaba escrito. El destino, la fatalidad, lo que quiera que sea, pero desde el principio…

Tres años después de Forajidos (The Killers, 1946), la dupla formada por el productor Mark Hellinger y el director de origen alemán Robert Siodmak volvió a zambullirse en las tenebrosas claves del cine negro. La prematura muerte de Hellinger pudo hacer perder algo de entidad al proyecto (su estética parece más próxima a la serie B que su primera colaboración juntos o que los grandes clásicos del género noir), pero también trajo una mayor responsabilidad para un Siodmak que, a partir de los elementos de la novela previa de Don Tracy, logró transmitir a la película un aire innovador que lleva al límite los lugares comunes del cine negro para construir una narración a la altura de los grandes títulos del género.

Tomando de nuevo como base el flashback, Siodmak y el guión de Daniel Fuchs no construyen una historia de amor fatal a partir de las circunstancias que rodean un atraco, sino a la inversa: el atraco es la respuesta para una pareja que, al menos en apariencia, intenta rehacer su historia de amor truncada. Y decimos en apariencia porque la gran virtud del guión reside en la ambigüedad del personaje de Anna (Yvonne De Carlo), que no es ni mucho menos una mujer fatal al uso: en ningún momento del metraje queda clara su verdadera cara; en ningún instante se da respuesta al enigma de si verdaderamente ama a Steve (Burt Lancaster), su antiguo marido recientemente retornado a Los Ángeles tras huir de su recuerdo buscando trabajo en los lugares más recónditos del país, y desea reconstruir su mutuo amor (un amor más sexual que sentimental), o bien es una ambiciosa mujer sin escrúpulos que se aprovecha de Steve para obtener los medios para escapar de su actual pareja, el gángster Slim (Dan Duryea, mucho más contenido pero igual de temible que en sus más recordadas interpretaciones en el cine negro), o al contrario, busca con ello consolidar su relación traicionando a su antiguo marido. En cualquier caso, la relación establecida entre Steve, Anna, Slim y el mejor amigo de Steve, el inspector de policía Pete Ramírez (Stephen McNally), es un círculo de engaños mutuos: cada uno de ellos utiliza el vínculo con cada uno de los otros para, a su vez, intentar hacerle trampas a un tercero, o a todos ellos. El epicentro de estos encuentros y desencuentros, el bar de Frank (plagado de impagables secundarios, como ese camarero cobarde y bonachón o esa mujer que tiene reservado un asiento al final de la barra, que bebe compulsivamente para olvidar nunca se sabrá qué), una extraña mezcla de taberna, salón de baile y prostíbulo, en el que Steve, con el fin de ocultar a ojos de Slim el restablecimiento de su relación con Anna, le ofrece el caramelo de un atraco al furgón blindado que él mismo conduce, una oferta que cuenta con una doble ventaja para lograr el crimen perfecto: primero, Ramírez y todo el barrio, toda la policía, saben de la enemistad de Steve y Slim por razón de Anna (ellos mismos se ocupan de darle publicidad a su presunto antagonismo, peleándose en público ante los ojos de Ramírez); segundo, todo el mundo sabe que atracar un furgón blindado es imposible. Pero, por supuesto, hablando de cine negro, todo se tuerce, y la muerte de un amigo de Steve hace que este cambie de idea y se vuelva contra sus compinches. Héroe para la prensa, cómplice para Ramírez, traidor para sus compañeros de banda, la suerte de Steve está echada. Pero, ¿y la de Anna? Gane quien gane, Steve o Slim, su parte del dinero parece garantizada, a no ser que…

Tres aspectos destacan en la película además de las intensas y logradas interpretaciones, rubricadas por la belleza de Yvonne, la fuerte presencia animal de Lancaster, y el carisma salvaje de Duryea: el primero, la fotografía naturalista (la película se rueda en auténticas localizaciones de la ciudad de Los Ángeles, de Hollywood Boulevard a Palos Verdes, de Balboa o Malibú a Monrovia) de Franz Planer, muy oscura en las secuencias de interiores pero de una luminosidad extrema en los soleados exteriores angelinos, y que exprime recursos como la profundidad de campo, los juegos de espejos, y las escaleras, los callejones y los rellanos; el segundo, la neurótica música del maestro Miklós Rózsa, que puntúa con sus enloquecidas y retorcidas melodías la espiral de desesperación y violencia en la que se sumergen los personajes; en tercer lugar, el hecho de que, constituyendo el atraco el clímax central de la historia, Siodmak optara por nublar todo su desarrollo rodeándolo del continuo estallido de bombas de humo, lo cual, además de desconcertar a los personajes, llega a hacer perder pie y seguridad al espectador acerca de aquello que está viendo.

Pero el toque absolutamente genial deriva de la estructura circular del argumento. La película, como un subrayado al primer mandamiento del cine negro (que el personaje de Steve expone expresamente en la cita que abre este artículo), se abre y se cierra con un abrazo de los supuestos amantes. Un cierre que en los apenas ochenta y cuatro minutos de metraje viene salpicado por esa fatalidad, por ese destino irrenunciable, imbatible, que se construye a golpe de casualidad: solo por eso el empleado del estanco de la estación se agacha a recoger un cartón de tabaco cuando Anna está caminando frente a la tienda al otro lado del vestíbulo, justo en el momento y lugar adecuado para que Steve la vea en todo su esplendor. El destino, el fracaso, el final violento, la muerte, que vienen precedidos de una explosión de sexo y violencia, y que viene advertida en las marcas de golpes en la espalda de Anna que ella muestra a Steve, nunca llega a saberse si porque de verdad le ama y ve en él la oportunidad de dar carpetazo a Slim, o porque es una pieza más en el engranaje de engaños que les conduce a su último abrazo.


Condenados: El abrazo de la muerte (Criss Cross, Robert Siodmak, 1949)
Condenados: El abrazo de la muerte (Criss Cross, Robert Siodmak, 1949)

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