Cuando vives sin hacerte preguntas, tu vida la conducen las respuestas ajenas.
Renuncias a tu propio aire, despliegas tus velas a brisas, ventoleras y huracanes de otros y pierdes tu propio rumbo. Y al final descubres que vas hacia donde ellos te quieren llevar.
Hacerse preguntas sin temer y sin temor es el despegue de la libertad y el gran vuelo del intelecto.
¿Por qué precisamente este hombre o esta mujer? ¿Por qué llevar este concreto estilo de vida sabiendo que hay otros posibles? ¿Por qué estas rutinas? ¿Por qué tantos amigos tan poco amigables? ¿Y por qué tan poco amigo realmente amigo? ¿Por qué esta bandera? ¿Por qué una bandera? ¿Por qué este dios? ¿Por qué aquel adiós? ¿Por qué esta lucha? ¿Por qué tanta ansiedad? ¿Por qué tanta necesidad?
Alguna que otra vez, cuando llega la noche y las urgencias oscurecen, no hay nada más enriquecedor que ser espeleólogo de uno mismo: desconectarse de la caja tonta para tratar de iluminar esa maravillosa, profunda y sorprendente caja negra que es nuestro cerebro.
Allí estás, tú esperándote a ti. Frente a frente ante un espejo excepcional, el único capaz de reflejar tu propia imagen en todas sus dimensiones y relieves.
Sólo eres realmente libre cuando has encontrado las respuestas a tus grandes porqués y puedes vivir de forma consecuente con ellos. Porque la libertad es la luz que te permite sentirte y ser tú mismo mientras respetas a los demás.
Fuente: Ángela Becerra. Piensa, es gratis.