Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. Juan 8:12.
Sucedió en Canadá, en la inmensidad helada del lago Winnipeg. Dos trineos se alejaban de la costa cuando se levantó la ventisca. Repentinamente la nieve se alzó en torbellinos y el viento se volvió glacial. Llegó la noche y el temor se apoderó de los viajeros; si no alcanzaban la ribera, estarían congelados antes de la mañana. Pero, ¿hacia dónde dirigirse?
En medio de la desesperación los hombres decidieron confiar en el instinto de los perros. Tomaron a Koona, un perro viejo y lo pusieron a la cabeza de los trineos. Al hallarse repentinamente como jefe de fila, Koona vaciló unos instantes. Finalmente se lanzó hacia adelante y los trineos siguieron su marcha. Durante horas corrieron en medio de la oscura noche hasta que de repente, unas sacudidas mostraron que dejaban el lago. Subieron por el bosque y se detuvieron cerca del fuego de un campamento indio.
Cristianos, nosotros también debemos aprender a andar por la fe. A menudo tenemos que ir por un camino desconocido, pero podemos confiar en la bondad y la providencia de Dios, porque una luz brilla en el mundo, una luz que sólo ven los ojos de la fe: Jesucristo mismo.
Jesús es el testigo fiel, la luz, el amor y la verdad. Alrededor de nosotros la oscuridad permanece igual; nuestra inteligencia no siempre comprende las circunstancias de la vida, sobre todo si son agotadoras; pero conociendo al Señor, podemos confiar y apoyarnos en él. Él nos toma de la mano, nos conduce, y a menudo lo hace mediante su Palabra.
(El Versículo del Día)