Continúo compartiéndoles mi charla diaria con “eso” que tiene tantos nombres (tú que estás leyendo puedes ponerle el que quieras, también: ángel de la guarda, universo, campo cuántico, subconsciente colectivo, mi alma, mi yo superior… la lista sigue creciendo).
Ayer, sin medir las consecuencias, y casi de forma inconsciente, hice un pedido a “eso”. Fue durante la clase que nos dio el coach sobre resolución de conflictos, mientras nos hablaba sobre comunicación, asertividad, escucha activa y empatía. Allí sentada en mi rinconcito, al fondo de la clase, de pronto, una palabra surgió en mi mente y comenzó a parpadear cada vez con mayor fuerza, como si la viera proyectada en una pantalla:
CONEXIÓN
Mientras se explicaba el funcionamiento de aquella forma de conseguir empatizar con alguien de forma mutua para resolver un conflicto, yo estaba allí preguntándome por qué no se usaba más esa palabra (conexión), tan sencilla de comprender que no necesitaría ni diccionarios ni cursos ni técnicas ni teorías.
Mi interés por el poder de la palabra en nuestras vidas fue lo que me llevó a matricularme en Filología hace ya un tiempo, y lo que me hizo amar lo que estudiaba. Forma parte de mí desde siempre, de esa forma mágica y especial que nunca dejará de fascinarme y que muchas veces, como ayer, no puedo ni quiero resistir. Así que, finalmente, cedí a aquel suave impulso y le di lo que me pedía: voz. Expresé en voz alta lo que estaba pensando y pronuncié la palabra: conexión.
La resolución de conflictos empieza cuando se consigue conectar correctamente con la otra parte. El conflicto separa, la conexión une.
Pero, a veces, nos encontramos con palabras que tienen más y mayores significados de lo que pensábamos. Dicen por ahí que hoy tenemos a Venus retrógrado, y que, por lo tanto, debemos prepararnos para recibir a “ese amor especial del pasado” que siempre quisimos que volviera o que nos dejó con ganas de más. Nadie me avisó de eso antes de que hoy un paquete de chicles y una película me devolvieran a mi infancia. Pero, sobre todo, no me esperaba encontrar, otra vez, a alguien que una vez… bueno, dejémoslo así.
No, no lo esperaba. O sí, pero no quería creer. O, simplemente, no quería. Y de pronto, también, así, sin avisar, aunque en el fondo siempre lo vi venir, salió a la luz algo que le dio sentido a las pistas de las que he ido tomando nota estos días:
El poder de la palabra
La estrategia
La conexión
El pasado
Sin esfuerzo por mi parte, la verdad surgió en forma de palabras que me revelaron las conexiones que me habían ocultado en el pasado. Es decir: alguien me contó algo que, si me lo hubiera dicho a tiempo, en su momento, me habría evitado una de las peores experiencias de mi vida. Y no lo hizo. Calló hasta hoy. Y ya no quiero ni saber por qué.
Al principio no lo podía asimilar, no podía creerlo porque me faltaba información sobre los motivos y el “para qué”. Pero, después, la memoria hizo su trabajo y, aunque no es agradable, todo parece ir pintándose del color de las cosas que tienen sentido. Por desgracia, porque no es agradable descubrir que durante años has confiado en alguien que no lo merecía.
Por suerte, “eso” se encargó de hacerme llegar, también a través de palabras (de una amiga) lo que necesitaba para llegar a comprender cómo debía afrontar el descubrimiento.
Tienen mucha razón quienes dicen que “eso” escucha nuestras palabras, pero, lo que poca gente nos cuenta, es esta forma en la que nos habla e interpreta y materializa lo que pensamos y decimos con fuerza.
¿Te resulta familiar algo de esto? :) Seguro que sí.
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