Inauguración Festival de Estocolmo
En los próximos días vamos a ofrecer una serie de crónicas en las que repasaremos las películas más destacadas en la programación de ambos festivales, en una especie de conexión Suecia-Noruega que nos servirá para ofrecer una panorámica muy precisa de aquellas producciones que sin duda acapararán buena parte de los premios que se suelen conceder en estos meses.Más interesantes son otras propuestas que forman parte de la Sección Oficial del festival. Es el caso de Diamantino (Gabriel Abrantes, Daniel Schmidt, 2018), una de las películas más singulares que se han visto este año en el panorama internacional. Ganadora del Gran Premio de la Crítica en el Festival de Cannes, Diamantino es uno de esos títulos que, o amas u odias, no tiene término medio. La historia, centrada en una estrella del fútbol portugués que un buen día pierde su talento como jugador, deambula entre géneros cinematográficos, a veces utilizando el lenguaje de la comedia, adentrándose también en la ciencia-ficción y el thriller, y manteniendo en general una propuesta de sátira política que es la que mejor funciona. Pero sobre todo, Diamantino es posiblemente una de las películas que mejor ha sabido retratar el caos y el absurdo de una Europa que zozobra entre intereses políticos y económicos mientras se enfrenta a la crisis de los refugiados. Todo eso es este película, que hay que ver con apertura de miras, sabiendo que estamos ante uno de los títulos más originales del año, con sus irregularidades y sus desequilibrios.
Por su parte, la producción brasileña Hard paint (Filipe Matzembacher, Marcio remolón, 2018) forma parte tanto de la programación de Estocolmo como de Film fra Sør. En el Festival de Berlín consiguió el Premio Teddy Bear a la Mejor Película de temática gay, y sin duda es una propuesta interesante, aunque también sufre los desequilibrios de una película debutante. Aquí estamos ante un protagonista que es incapaz de mantener relaciones personales, y su única comunicación con el mundo exterior es a través de sesiones de porno que transmite a través de internet. La película habla sobre la alienación de un personaje que sueña con encontrar una salida a una vida desoladora en una ciudad pequeña de Brasil. Los directores consiguen retratar con acierto esta desafección que sufre el protagonista, aunque este estudio de personajes bien diseñado sufra desequilibrios en buena parte debido a una duración excesiva.
También deambula por el terreno de la poética la película Los silencios (Beatriz Seigner, 2018), que logró el Premio Cooperación Española en el Festival de San Sebastián. Esta producción también brasileña habla de una familia colombiana que debe huir de su país tras la muerte del marido para tratar de reubicarse en una isla que tiene cierto aire de misterio. Estamos ante una triste, desoladora historia pero que está contada con sensibilidad y sobre todo con un gran sentido del encuadre, que permite a la directora construir hermosísimas imágenes que se alimentan de la naturaleza y de la propia idiosincrasia de los personajes. En Los silencios es importante la presenciada la muerte, pero no sólo desde un punto de vista de denuncia por los abusos que sufren los desplazados, sino también de forma palpable, casi mágica, con la presencia física de los muertos y desaparecidos, que acompañan a sus supervivientes. Presentada en la Sección Impacto del Festival de Estocolmo, es sin duda una de las películas más sólidas que hemos visto.
También habla de la emigración, y también con una mirada no especialmente complaciente, la película rumana Lemonade (Ioana Uricaru, 2018), que estuvo presente en la Sección Panorama de la Berlinale y viene auspiciada por el prestigioso director Cristian Mungiu. Aquí acompañamos a una emigrante rumana en Estados Unidos que trata de conseguir la ansiada Green Card para poder establecerse en el país con su hijo. Parcialmente basada en la experiencia propia de la directora, esta historia habla de la crueldad y los abusos que a veces acompañan a los emigrantes, y aunque está realizada con buen pulso y un trabajo interpretativo destacable y valiente de la actriz Mālina Manovici, a la que hemos visto precisamente en Los exámenes (Cristian Mungiu, 2016), no puede evitar caer en ciertos estereotipos que terminan por embarrar sus evidentes intenciones de denuncia.
Anoche fue la jornada de inauguración de Film fra Sør, un festival que ha terminado por consolidarse en la ciudad de Oslo como su muestra cinematográfica más ambiciosa y la que consigue acoger mayor número de espectadores cada año. Este repaso al cine asiático, africano y latinoamericano ofrece una amplia oferta de películas, más de ochenta, que acaba resultando una interesante mirada a los títulos más destacados de la temporada de festivales. La sesión de inauguración fue con la película Shoplifters (Hirokazu Koreeda, 2018), ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cannes y candidata por Japón al Oscar a Mejor Película Extranjera. Pero sobre todo una de las películas más redondas de su director, que ya ha nos ha ofrecido otras muestras de su particular visión de la estructura familiar en títulos como Nadie sabe (Hirokazu Koreeda, 2004) o De tal padre, tal hijo (Hirokazu Koreeda, 2013). Y, como en aquellas, el director desestructurarse la idea de unidad familiar para construir una tragicomedia que contiene muchas dosis de desesperanza en la construcción de unos personajes que, aunque viven en una especie de limbo de tranquilidad, en realidad son ejemplos de la degradación de una sociedad que trata de regular hasta los sentimientos. Espléndida en su ejecución, Shoplifters brilla sobre todo por el retrato de sus personajes, que podrían ser condenables en sus acciones desde un punto de vista superficial, pero que el director, al introducirnos en su mundo y sus vivencias, consigue hacer que el espectador empatice con su propia experiencia. Sin duda es una de las películas de las que más se va a hablar este año.
Sesión inaugural de Film fra Sør