La primera cita la tenemos en Estocolmo, donde el director iraní Asghar Fahradi es el protagonista del Stockholm Visionary Award, merecido galardón para un director con títulos tan destacados como Nader y Simin, una separación (2011) o El viajante (2016), que presenta en tierras escandinavas su incursión en el cine español con la irregular Todos lo saben (2018), que protagonizan Javier Bardem, Penélope Cruz y Ricardo Darín.
Como esto del cine tiene esos extraños vericuetos que tanto nos gustan, en el festival Film fra Sør de Oslo el homenajeado es el actor y director Mani Haghighi, que formó parte del reparto de A propósito de Elli (Asghar Fahradi, 2009). Pero el festival dedica más su atención a la carrera como director de Mani Haghighi, proyectando algunas de sus películas, entre ellas la reciente Khook (Pig) (Mani Haghighi, 2018), que estuvo presente en la Sección Oficial del Festival de Berlín. Comedia con poca gracia pero que tiene un planteamiento lleno de mala uva en torno al ego de los artistas, propone un escenario en el que los directores iraníes comienzan a ser decapitados por un asesino en serie. El propio Mani Haghighi interpreta al protagonista en este thriller con tono cómico que no termina de funcionar, especialmente en la segunda parte, más enfocada al cine de género, y temáticamente más dedicada a analizar la influencia de las redes sociales.Internet y su influencia en la sociedad, generalmente negativa, es un tema habitual en el cine que se produce en la actualidad. Lo vimos en la película brasileña Tinta bruta (Filipe Matzembacher, Marcio Reolon, 2018) y lo encontramos también en el documental People's Republic of desire (Hao Wu, 2018), uno de los que parecen tener buenas posibilidades de cara a los Oscar, y que forma parte tanto de la Sección Oficial de Documentales del Festival de Estocolmo como de la competición Dos: Sør del Festival Film fra Sør. La película bucea en el mundo de internet y las relaciones sociales a través de las redes que se convierte en influyente referencia mediática para millones de chinos. Es un documental realizado con pericia que acompaña a tres jóvenes que forman parte de un mundo de realidad virtual en el que consiguen fama y dinero a través de retransmisiones en streaming, participando en concursos en los que sus fans compran votos para convertirles en los presentadores de streaming más famosos de la temporada. La realidad que plantea el documental da un poco de pavor, por ser tan actual como exagerada esta obsesión por la desafección humana, aunque el director acaba abandonando la mirada objetiva para adentrarse en la última parte en la tensión de la competición, lo que termina resultando decepcionante para los espectadores que estamos más interesados en el análisis de esta "realidad falsa" que en su propio desarrollo.
En la Sección Open Zone del Festival de Estocolmo hemos visto Sibel (Guillaume Giovanetti, Çagla Zencirci, 2018), una coproducción europea que fue una de las triunfadoras del pasado Festival de Locarno, donde logró el Premio FIPRESCI. Sibel es el nombre de la protagonista, una joven que perdió el habla cuando era niña y se comunica a través de silbidos, habitante de una pequeña población de las montañas que acaba resultando un lugar alienante y opresivo, hasta que encuentra a un fugitivo del ejército ruso al que ayuda. La película funciona mejor en el terreno visual que en el narrativo, con hermosas imágenes que, sin embargo, contribuyen también a mostrar este ambiente cerrado de un pequeño pueblo en el que la protagonista no termina de encajar. Quizás su discurso no termina de completarse con suficiente cohesión, pero desde el punto de vista cinematográfico consigue algunos momentos conmovedores.
También opresiva resulta la producción austríaca Styx (Wolfgang Fischer, 2018), que forma parte de la Sección Oficial del Festival de Estocolmo. Y es opresiva aunque su escenario es tan amplio como el océano, pero en este caso para mostrarnos una historia protagonizada por una mujer que viaja en un velero hacia sus vacaciones de ensueño y se acaba encontrando con la cruda realidad de la emigración en patera. La primera parte de la película, con un solo personaje y prácticamente sin diálogos, funciona perfectamente en ese ambiente de libertad que disfruta la protagonista, pero que se acaba convirtiendo en una prisión al aire libre para el adolescente africano que recoge en mitad del océano. La obsesión del director por rodar todas las escenas in situ, sin utilizar ningún tipo de efecto visual, consigue en buena parte el resultado querido, y acaba mostrando imágenes de gran intensidad dramática.